Nápoles y Sicilia (Italia)
1585-1626
Beato Antonio Franco, obispo y defensor de los pobres
El beato Antonio Franco fue un obispo italiano de la diócesis de Santa Lucía del Mela (Sicilia) que, sin dejar de codearse con los más grandes de su tiempo, mantuvo una preocupación constante por los más desfavorecidos. Sin escribir ni viajar, se hizo muy popular entre todos los sicilianos por su caridad, su unión con Cristo y los prodigios que hacía por los enfermos y los campesinos. Cuando murió, el 2 de septiembre de 1626, su fama de santidad era tal que los peregrinos acudían en masa a su tumba.
Catedral de la Asunción de Santa Lucía del Mela, donde yace el cuerpo incorrupto de Antonio Franco / © CC BY-SA 4.0 / TheCrazyStyle
Razones para creer:
- Durante una grave sequía, decenas de testigos del pueblo de San Filippo del Mela dan testimonio de la bilocación del Beato y del milagroso hallazgo de una fuente de agua gracias a él.
- Es muy cuestionable el estilo de vida tan incómodo y exigente adoptado por Antonio Franco: ayuno incesante a pan y agua, incomodidad total, sueño reducido a lo estrictamente necesario, sin más muebles que un colchón y un pequeño escritorio, etc. Estas elecciones sólo pueden explicarse por la profunda fe de Antonio Franco.
- Durante su vida, Antonio se ganó la confianza y la admiración de algunas de las figuras más importantes de su tiempo, incluidos tres papas sucesivos y el rey Felipe III de España.
- La muerte de Antonio Franco estuvo acompañada por la presencia de Dios, claramente percibida por los presentes en la luz sobrenatural que envolvió su habitación cuando expiró.
- Su cuerpo ha permanecido completamente intacto desde el día de su muerte, como demuestran las cuatro exhumaciones de su cadáver desde 1626 (en 1633, 1656, 1721 y 1913). Durante la segunda exhumación, los testigos observaron un fenómeno de materialización: un tallo de albahaca verde y fresco sostenido por el Beato. El tercer reconocimiento del cuerpo fue provocado por varias apariciones de Antonio a una mujer de Sicilia que le rezaba a menudo.
- En agosto de 1919, en las Islas Eolias, un barco en peligro fue salvado por intercesión de Antonio Franco. Desde entonces, la localidad de Santa Lucía del Mela conmemora al Beato cada 2 de septiembre, día de su muerte.
- Tras una larga y minuciosa investigación científica de veinticuatro años, en 2012 se reconoció por unanimidad el milagro necesario para su causa de beatificación. Se trataba de un milagro de curación: la recuperación inexplicable de una mujer enferma de cáncer de estómago.
Resumen:
Antonio nació el 26 de septiembre de 1585 en Nápoles (Italia) en el seno de una familia noble de origen francés. Era el tercero de seis hermanos. Su padre, Orlando Franco, era un acaudalado abogado; su madre, Anna Pisano, procedía de la aristocracia napolitana. Tanto en el plano material como en el afectivo, al pequeño Antonio no le faltó de nada. Recibió una sólida educación digna de un caballero. Sus maestros no tardaron en reconocer su aguda inteligencia y su asombrosa memoria.
A los diecisiete años, tras una brillante carrera académica, ya era licenciado en derecho canónico y en derecho civil. Aunque le interesaba la justicia, quería entregar su vida a Dios haciéndose sacerdote. Pero era demasiado joven, y mientras esperaba ser admitido al sacerdocio, su padre le envió a Roma para continuar y completar sus estudios de Teología y Sagrada Escritura. Su estancia allí fue a la vez estudiosa y espiritual. Su vocación se hizo más clara e intensa.
Después de Roma, el joven Antonio fue invitado a Madrid. Su padre le invitó a la corte de Felipe III, donde pasó uno de los periodos más fructíferos de su vida, no por permanecer en este entorno privilegiado, sino por tomar iniciativas productivas y exitosas en favor de los pobres de la ciudad, los enfermos y las familias víctimas de los usureros. Su cercanía y popularidad con los oprimidos, mendigos, niños, borrachos y dementes le granjearon una excelente reputación, incluso en el entorno real.
A los veinticinco años, había superado con éxito los exámenes y completado su formación en las disciplinas exigidas a los futuros sacerdotes. En aquella época aún no existían los seminarios diocesanos. El Concilio de Trento, clausurado en 1563, había decidido proporcionar una sólida formación a los clérigos: Antonio era el ejemplo perfecto de sacerdote "tridentino". Fue ordenado sacerdote el 14 de enero de 1611. Casi inmediatamente después, fue nombrado capellán real de Felipe III. Era una posición envidiable que despertaba celos. Pero a él no le importaban los asuntos humanos. Dividía su tiempo -sus días y sus noches- entre su ministerio curial y la ayuda a los desfavorecidos. Hay quien no le ve tomarse nunca el menor descanso.
Tras una década al servicio de Dios, del rey y de los pobres, el 12 de noviembre de 1616 fue nombrado consejero y capellán del reino de Sicilia. Dudó y se preguntó: ¿cómo podría seguir practicando la caridad? Rezó y aceptó. Felipe III le ofreció la sede episcopal de Santa Lucía del Mela, prelatura sujeta a la Santa Sede (hoy en la archidiócesis de Mesina). El Papa Pablo V confirmó esta elección el 11 de febrero de 1617. Antonio fue consagrado obispo e hizo su entrada solemne en Santa Lucía del Mela seis días después.
Como obispo, aunque su cuerpo mostraba signos de fatiga, redobló la oración, la abstinencia y la caridad. Supervisaba personalmente la formación de su clero, visitaba toda su diócesis sin tripulación ni escolta y recibía en su casa, sin horarios, a quien se lo pidiera. Ayunaba o comía a pan y agua, y a menudo dormía en el suelo sobre un colchón improvisado. Durante una sequía que duró semanas, los habitantes del cercano pueblo de Santa Filippo del Mela le visitaron para pedirle que rezara al Señor. Profundamente conmovido, les dijo que confiaran en Dios. De regreso al pueblo, vieron a Antonio en el barrio "Basso", lo que les extrañó, pues nadie había visto al beato salir de su casa. Cuando llegaron hasta él, Antonio les mostró un manantial de agua abundante. En memoria de este milagro, se erigió una estatua suya.
Antonio Franco volvió a Dios el 2 de septiembre de 1626. Tenía cuarenta y dos años. Los que le rodeaban fueron testigos de un fenómeno insólito: mientras respiraba suavemente, volvió los ojos hacia el cielo, que aquel día estaba sombrío. En cuanto expiró, unos rayos de sol iluminaron su habitación.
La tumba de Antonio se convirtió inmediatamente en lugar de peregrinación. Empiezan a relatarse milagros. El pueblo siciliano acudía a rezar confiando en el humilde pastor. En 1633, durante las obras de la catedral, corrió el rumor de que sus restos habían sido profanados. La noche del 7 de julio de 1633, las autoridades religiosas y civiles hicieron abrir la tumba. El cuerpo se encontró sin rastro alguno de corrupción. Su vida parecía continuar más allá de la tumba.
En 1656, tuvo lugar una segunda exhumación, esta vez en presencia de un gran número de fieles. Nada había cambiado: la piel era la de un hombre vivo. Había un detalle sorprendente: el beato sostenía en una mano un tallo verde y fresco de albahaca. A nadie se le ocurre la menor explicación. Desde entonces, un artista ha representado esta planta en el santuario.
En 1721, un tercer reconocimiento condujo al mismo resultado. Esta vez, la exhumación fue fruto de una revelación privada: el Beato se había aparecido en sueños varias veces a una noble siciliana.
La tumba se abrió por última vez el 5 de junio de 1913. La urna de cristal se conserva ahora en la capilla de Santa Lucía de la catedral.
Cada año, desde agosto de 1919, en el aniversario de su muerte, la banda de música de la ciudad toca un concierto gratuito. Se atribuye a la intercesión de Antonio la salvación de un barco en peligro en las islas Eolias. El 20 de diciembre de 2012 se emitió un decreto que autentificaba un milagro de curación, allanando el camino para su beatificación, que fue celebrada en Messina (Italia) por el cardenal Angelo Amato el 2 de septiembre de 2013.
El 15 de septiembre siguiente, una solemne procesión llevó el cuerpo del nuevo Beato a la catedral de Santa Lucía (Santa Lucia del Mela), donde fue colocado cerca del altar mayor.
Más allá de las razones para creer:
Toda la vida de Antonio Franco, sus decisiones, palabras y acciones, da testimonio de la profundidad y amplitud de sus compromisos éticos y caritativos.