Lepanto (Golfo de Patras, frente a la costa de Grecia)
7 de octubre de 1571
La victoria de Lepanto y la fiesta de Nuestra Señora del Rosario
En el siglo XVI, el Imperio Otomano, en rápida expansión, representaba una amenaza constante para Europa Occidental. A pesar de la difícil situación, en mayo de 1571 el Papa Pío V consiguió finalmente formar la Liga Santa, una alianza entre España, Venecia y Malta, que consagró en la Basílica de San Pedro. Se reunió una imponente flota que se confió a Don Juan de Austria, hermano de Felipe II de España. Para implorar la protección divina para esta flota, el Papa Pío V ordenó un jubileo solemne, un ayuno y el rezo público del rosario.
La batalla decisiva tuvo lugar el 7 de octubre de 1571 en el golfo de Lepanto, frente al estrecho de Corinto. En ella se enfrentaron 213 galeras españolas y venecianas contra unos 300 barcos turcos, con casi cien mil hombres en cada bando. La flota cristiana obtuvo una victoria total gracias a su pesada artillería de a bordo. Casi todas las galeras enemigas fueron capturadas o hundidas, y el almirante turco Alí Pachá fue decapitado. Quince mil prisioneros cristianos fueron liberados, mientras que apenas un tercio de la flota turca pudo hacerse a la mar de nuevo, echando por tierra la leyenda de la invencibilidad de la flota musulmana.
Se cuenta que la noche de la batalla, el Papa Pío V salió corriendo de su estudio hacia la ventana, donde parecía contemplar un espectáculo. Luego, dirigiéndose a los prelados que le rodeaban, declaró: "Demos gracias a Dios, nuestro ejército ha vencido". La noticia de la victoria no llegó a Roma hasta diecinueve días después, el 26 de octubre, confirmando la revelación hecha al Soberano Pontífice. Tras la batalla de Lepanto, Pío V añadió otra invocación a las letanías de la Santísima Virgen: "Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros".
Dentro de la comunidad católica, la victoria de Lepanto contribuyó al rápido crecimiento de la devoción al rosario, propagada por Santo Domingo, a quien la Madre de Dios había hecho la siguiente promesa: "Todo lo que pidáis por medio de mi rosario, lo obtendréis".
La batalla de Lepanto, artista desconocido, siglo XVI / © CC0/wikimedia/National Maritime Museum
Razones para creer:
En respuesta al llamamiento del Papa, toda la cristiandad se encomendó de manera especial a la Virgen María, rezando el rosario. La muy improbable victoria se transformó en un rotundo triunfo por circunstancias providenciales, y todos los protagonistas reconocieron una ayuda especial del Cielo.
Este fue el caso no sólo de los cristianos, sino también de los turcos, que anotaron en sus crónicas que "la Flota Imperial se había enfrentado a la flota de los infieles impuros, y la voluntad de Dios se volvió en su contra".
A raíz de esta batalla, la fiesta de Nuestra Señora de la Victoria, única en la Iglesia de Occidente, fue instituida por San Pío V para conmemorar la gran victoria de Lepanto. Veintiún años más tarde, el Papa Gregorio XIII dio a la fiesta su nombre actual de Nuestra Señora del Rosario, conmemorada cada primer domingo de octubre en todas las iglesias.
La certeza de haber sido ayudados por la Virgen María llevó a los cristianos a confiar de nuevo en ella durante la otra batalla decisiva que frenó la expansión musulmana en la tierra, en Viena el 12 de septiembre de 1683.
El Papa Clemente XI extendió la fiesta de Nuestra Señora del Rosario a toda la Iglesia católica por la nueva victoria sobre los turcos obtenida por la misma intercesión en Peterwardein el 5 de agosto de 1716.
Resumen:
A partir de 1299, el Imperio Otomano, que se veía a sí mismo como el brazo armado del Islam, comenzó a expandirse en Anatolia, y luego en todas direcciones: en 1453, los turcos de Mehmed el Conquistador consiguen tomar Constantinopla, poniendo fin al Imperio bizantino, que había durado más de mil años; en 1517, el Imperio otomano conquista Egipto y Siria bajo el reinado de Selim I. En 1526, la batalla de Mohacs, en Hungría, provocó la muerte del rey húngaro Luis II y el inicio de la expansión otomana en Europa Central (que tendió a extenderse hacia el oeste, en dirección a Roma). Nada parecía capaz de detener a este ejército curtido en mil batallas y numéricamente superior. Pero en 1529 y 1532, Solimán fracasó en Viena, y luego en Malta, que intentó tomar en 1565. En 1570, sin embargo, logró arrebatar Chipre a la República de Venecia tras una brutal conquista. Más de 20.000 habitantes de Nicosia fueron ejecutados, algo que conmovió a los católicos europeos, sobre todo porque se multiplicaron las incursiones por las costas de Italia, Cerdeña, Córcega, España y Provenza, secuestrando a mujeres y niños, que luego eran vendidos en mercados de esclavos y convertidos a la fuerza.
En esta época, el Imperio Otomano refuerza su flota militar para intentar imponerse en todo el Mediterráneo, en detrimento de las ciudades italianas. Durante un tiempo lo consiguió. Fue entonces cuando el Papa Pío V intervino y, bajo el nombre de Liga Santa, se movilizó y consiguió formar una alianza entre España, Venecia, los Estados Pontificios, la República de Génova, el Ducado de Saboya, la Orden de San Juan de Jerusalén y otras potencias, sin Francia, vergonzosamente aliada de Estambul desde 1536, ni Inglaterra, que había hecho oídos sordos a los llamamientos del Papa.
La batalla prometía ser difícil, gigantesca y decisiva: La Liga Santa pudo movilizar 206 galeras y 6 galeotas, que transportaban 28.750 soldados y 40.000 marineros y galeotes, contra la flota otomana, que contaba con un total de 208 galeras apoyadas por 64 fustes y 53 galeotas con 50.000 marineros y 27.000 soldados.
En este momento decisivo, el Papa, antiguo dominico, se encomendó de manera especial a la Virgen María y pidió a todos los católicos que rezaran el Rosario todos los días por el éxito de las armas cristianas, la derrota de los infieles y el fin de la amenaza musulmana. Esta petición era consecuencia de la promesa de la Madre de Dios a Santo Domingo: "Todo lo que pidáis a través de mi rosario, lo obtendréis". Una gran ola de oración recorrió Europa.
Contra todo pronóstico, gracias a una improbable combinación de circunstancias que permitió bloquear a los turcos en el estrecho de Corinto y a una repentina bajada del viento que les impidió maniobrar, la victoria cristiana fue total y se convertiría en un gran acontecimiento. Del lado otomano, 170 galeras fueron hundidas o capturadas, 30.000 hombres murieron o resultaron heridos, 3.000 fueron hechos prisioneros y más de 15.000 galeotes cristianos fueron liberados. Sólo una treintena de galeras, así como una docena de fustes y galiotes, escaparon a la debacle huyendo a Lepanto con una tripulación de 12.000 hombres. En el bando cristiano, las pérdidas fueron escasas en número de naves, pero significativas en términos humanos: sólo 10 galeras fueron hundidas y todas las galeras capturadas fueron recapturadas, a excepción de una; por otro lado, el coste humano fue elevado en la medida en que 8.000 hombres murieron durante los combates y otros 21.000 resultaron heridos, muchos de los cuales no sobrevivieron al traslado a Corfú.
"Merece la pena recordar la predicción hecha por el Santo Papa en la tarde del gran día del 7 de octubre de 1571. Desde las seis de la mañana hasta la llegada de la noche, la batalla se desarrollaba entre las flotas cristiana y musulmana. De repente, el Pontífice, movido por un impulso divino, miró fijamente al cielo; permaneció unos instantes en silencio y luego, dirigiéndose a los presentes: "Demos gracias a Dios", les dijo, "la victoria es para los cristianos". La noticia no tardó en llegar a Roma y toda la cristiandad no tardó en saber que un Papa había vuelto a salvar a Europa. La derrota de Lepanto asestó al poder otomano un golpe del que nunca se ha recuperado; la era de su decadencia data de aquel famoso día" escribió Dom Prosper Guéranger en El año litúrgico (1841-1866).
Al año siguiente, el Papa instituyó el 7 de octubre como fiesta de Nuestra Señora de la Victoria, que más tarde se convertiría en Nuestra Señora del Rosario, en agradecimiento por la ayuda mariana.
Esta derrota tuvo una importancia considerable para los otomanos, que no habían perdido una gran batalla naval desde el siglo XV. Fue llorada por ellos como un acto de voluntad divina, recordando las crónicas contemporáneas que "la flota imperial se había enfrentado a la flota de los infieles impuros, y la voluntad de Dios se volvió contra ellos". Este fue también el sentimiento de los cristianos, que dieron gracias de todo corazón a la Virgen María, a la que se volvió a rezar con éxito en las batallas que siguieron, en Viena y en otros lugares, para contrarrestar la expansión musulmana.
Algunos historiadores consideran que esta batalla naval fue la más importante por sus consecuencias desde la de Actium (31 a.C.), en la que Octavio (Augusto) derrotó a Marco Antonio y Cleopatra, marcando el final de las guerras civiles romanas.
Más allá de las razones para creer:
Siempre es una buena idea encomendarse a la Virgen María, a imitación de Cristo, que se puso como un niño pequeño enteramente en sus manos.