La onomástica apoya la fiabilidad histórica de los Evangelios
La onomástica estudia la distribución de los nombres de pila en una época determinada. Aplicada a los Evangelios, esta ciencia proporciona un argumento sorprendente en favor de su fiabilidad histórica. En efecto, si comparamos la frecuencia de los nombres de pila utilizados en los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles con los nombres de pila encontrados en las tumbas y osarios palestinos de la época, comprobamos que los resultados coinciden casi a la perfección: ¡las estadísticas de los nombres de pila citados son casi idénticas!
Portada de Jesús y los testigos presenciales, Richard Bauckham / © Amazon.com
Razones para creer:
- Como ha demostrado el historiador Richard Bauckham (Jesus and the Eyewitnesses, 2017), los nombres de pila que aparecen en los Evangelios se corresponden, en términos de frecuencia estadística, con los que se daban en Palestina en el siglo I.
- Sin embargo, si los evangelistas hubieran querido inventar una lista de nombres de pila para contar historias ficticias, es muy improbable que hubieran conseguido elaborar una lista tan creíble, es decir, que se correspondiera perfectamente con la distribución estadística de los nombres de pila dados en su época.
- De hecho, sin la ayuda de Google o Wikipedia, es muy difícil elaborar una lista de nombres de pila de la propia época. En general, tenemos una intuición muy falsa de la frecuencia de los nombres de pila.
- En consecuencia, es muy poco probable que los evangelistas inventaran los personajes de los Evangelios. Al contrario, es muy verosímil que se trate de personas reales con las que los evangelistas pudieron tener contacto directo o indirecto. Si los textos del Nuevo Testamento hubieran sido escritos posteriormente por personas que se estaban inventando una historia, los nombres de pila no habrían coincidido en absoluto y habría sido fácil darse cuenta de ello (como podemos comprobar estudiando los Evangelios apócrifos). Este argumento refuerza la idea de que los Evangelios no son mitos ni leyendas, sino que están enraizados en la realidad.
Resumen:
En Jesús y los testigos presenciales, el historiador Richard Bauckham compara los nombres de pila utilizados en los Evangelios con los encontrados en antiguas tumbas y osarios palestinos. E, increíblemente, ¡los resultados coinciden casi a la perfección!
Por ejemplo, según los datos históricos, los dos nombres de pila más populares en la época de Jesús eran "Simón" y "José". En aquella época, el 15,6% de la población tenía uno de estos dos nombres de pila. Un análisis estadístico de los nombres de pila en el Nuevo Testamento muestra que en torno a la misma proporción (18,2%). En cuanto a los hombres que llevaban uno de los nueve nombres de pila más populares, los datos arqueológicos muestran un porcentaje del 41,5%, y la combinación de lo relatado en los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles da un resultado del 40,3%.
Este hecho constituye un increíble argumento de autenticidad, ya que es muy difícil adivinar la distribución estadística de los nombres de pila dados en la propia época. En general, nuestras intuiciones muy raramente aciertan en este tema.
Otro detalle sorprendente es que los nombres de pila más comunes de la época ("Simón" para los hombres y "María" para las mujeres, según los datos estadísticos) se mencionan en el Evangelio con una indicación de la diferencia entre ellos. Dado que muchas personas se llamaban "Simón" y "María", necesitaban un signo distintivo para saber quiénes eran. Y, casualidades de la vida, los Evangelios siempre añaden un elemento específico para resaltar esta distinción: Simón el Zelote (Mc 3,18), Simón el Leproso (Mc 14,3), Simón de Cirene (Mc 15,21). Lo mismo ocurre con el primer nombre "María", que va seguido de una aclaración: María Magdalena, María madre de Santiago y José (Mt 27,56). Lo mismo ocurre con los apóstoles.
He aquí los nombres de los Doce con sus respectivas clasificaciones según la popularidad de sus nombres de pila: Simón (1) (Pedro); Andrés (> 99); Santiago (11), hijo de Zebedeo; Juan (5), hijo de Zebedeo; Felipe (61); Bartolomé (50); Tomás (>99); Mateo (9), recaudador de impuestos; Santiago (11), hijo de Alfeo; Judas (4), hijo de Santiago/Tadeo; Simón (1) el Zelote; Judas (4) el Iscariote.
Podemos ver que los nombres de pila más comunes tienen cada uno un rasgo distintivo. Por el contrario, los nombres de pila menos comunes (por debajo del puesto 49 de la clasificación), como "Andrés", "Bartolomé", "Felipe" y "Tomás", no van seguidos de ningún detalle.
En consecuencia, todo coincide perfectamente con los datos de la distribución estadística. La única razón creíble para explicar el hecho de que los primeros nombres que figuran en el Nuevo Testamento correspondan a los de la época es que los redactores de los Evangelios estuvieron realmente allí y fueron auténticos testigos presenciales. De hecho, si los textos del Nuevo Testamento hubieran sido escritos posteriormente por personas que estaban inventando una historia, estos nombres de pila no se habrían correspondido en absoluto y habría sido fácil darse cuenta de ello. Sería inmensamente difícil inventar todos los apellidos judíos, insertarlos en una historia y esperar obtener una lista estadística perfectamente exacta de nombres correspondientes a los datos de la época. La intuición del escritor sobre su propia época es muy pobre cuando se trata de encontrar nombres para personajes de ficción que suenen verídicos.
Lo vemos en los Evangelios apócrifos, que fueron escritos mucho más tarde. Por ejemplo, en el Evangelio apócrifo de Judas, ninguno de los nombres de pila, aparte de "Jesús" y "Judas", corresponde a los nombres de pila de los judíos de Palestina de la época: "Adamas", "Adonaios", "Barbelo", "Galial", "Nebro", "Yobel", etc.
El argumento onomástico es, pues, poderoso para demostrar la credibilidad histórica de los Evangelios canónicos, ¡a diferencia de los Evangelios apócrifos! Los Evangelios no son mitos ni leyendas, sino textos enraizados en la realidad.
Matthieu Lavagna, autor de Soyez rationnel, devenez catholique!
Ir más lejos:
Richard Bauckham, Jesús y los testigos presenciales, segunda edición, 2017.