La sorprendente muerte del Padre Emmanuel de Floris

En 1969, el padre Emmanuel de Floris, monje de la abadía de En Calcat, pide ir a fundar una ermita en Montmorin, en los Altos Alpes. Nunca se había considerado santo. Cuando los jóvenes monjes le preguntaron: "¿Se hizo ermitaño en las montañas de Montmorin en busca de Cristo?", respondió bromeando: "No, fue para escapar de mi hermano, que era el padre abad de mi abadía benedictina". Y, sin embargo, su muerte, el 19 de marzo de 1992, fue una fiesta de milagros, y quienes hubieran podido dudar de su santidad, ya que tan públicamente confesaba sus debilidades, empezaron a preguntarse si, en realidad, no había sido un santo...

Padre Emmanuel de Floris / © ESB.

Razones para creer:

La vida y la muerte del padre Emmanuel de Floris son relatadas hoy por personas vivas que le conocieron personalmente.
El padre Emmanuel de Floris anunció a sus hermanos ermitaños la fecha de su muerte un año antes de que se produjera: tendría lugar el 19 de marzo del año siguiente, día de San José, que le gustaba mucho. El día D, el padre Emmanuel, que entonces tenía ochenta y tres años, no parecía en absoluto indispuesto. Como broma, sus hermanos ermitaños organizaron una fiesta. Pero el Padre Emmanuel murió repentinamente aquel día, muy discretamente, por la noche.
Al día siguiente, todos los presentes reconocieron que el cuerpo desprendía un extraño olor a rosas y violetas. Simbólicamente, la rosa significa amor intenso, y la violeta, una flor pequeña y sobria, profunda humildad. Estos rasgos solían ser atribuidos al difunto por quienes le conocían.
Atestiguado ya en la antigüedad cristiana, el olor a santidad es un fenómeno que sigue muy presente hoy en día, incluso en el caso de personas corrientes que vivieron santamente.

Resumen:

La historia del padre Emmanuel de Floris comienza a principios del siglo XX. Joven de una antigua familia noble, se hace monje al mismo tiempo que su hermano en la abadía benedictina de En Calcat, en el sur de Francia.

Merece la pena relatar sus aventuras durante la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, compró toda una ladera en la garriga para cultivar patatas y que el monasterio pudiera alimentar a los refugiados judíos y a los aviadores británicos que se dirigían a España.

Pero ése no es el meollo de la cuestión. A sus ochenta años, el padre Emmanuel recibía a jóvenes hermanos en formación religiosa en su eremitorio de Montmorin, en los Alpes. Lo sorprendente es que algunos de estos novicios (raros) no le respetaban. De hecho, cuando recibe confesiones, no duda en decir, a veces con humor: "¿Tú también cometes ese pecado? ¡ Yo también!" O decirle a un joven penitente escrupuloso: "¡Esos no son pecados!Primero vete a pescar y luego confiesa tus pecados". Por eso, algunos lo desprecian, creyendo que un sacerdote debe tener un freno hacia el exterior. Pero otros, por el contrario, se asombran de su bondad, de su humildad, de su despreocupación por sí mismo y de la admirable consideración que muestra hacia los demás.

¿Y el juicio de Dios? Basta ver su muerte para comprenderlo. En primer lugar, la anunció un año antes a sus hermanos ermitaños: tendría lugar el 19 de marzo del año siguiente, día de San José, que le gustaba mucho. Ese día, los hermanos ermitaños que vivían a su alrededor decidieron organizar una gran fiesta, porque no parecía moribundo en absoluto. Pero esa misma noche lo encontraron muerto. Simplemente se había ido, sin hacer ruido.

Al día siguiente, su cuerpo comienza a exhalar ese extraño aroma a rosas y violetas. El simbolismo de las flores es claro. La rosa significa "la intensidad del amor", y la violeta, una flor pequeña y discreta, "la profundidad de la humildad". Está claro que, a través de este extraordinario fenómeno místico, Dios da la razón a los religiosos que apreciaban al padre Emmanuel de Floris: Dios se complacía en su humildad.

A menudo nos preguntamos qué es la santidad. Algunos doctores antiguos subrayan la grandeza de las hazañas ascéticas. Sin duda son importantes. Hay que sujetar el cuerpo para que no arrastre consigo el alma. Pero, evidentemente, San Pablo también tiene razón: "Si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría. El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal" (1 Cor 13, 3-5).

Arnaud Dumouch es licenciado en Ciencias Religiosas por Bélgica. En 2015, fundó con el abate Henri Ganty el Institut Docteur Angélique, que ofrece un curso completo en línea de filosofía y teología católicas, en línea con la hermenéutica de continuidad de Benedicto XVI.

Más allá de las razones para creer:

La Iglesia católica, en sus autoridades, da a este tipo de fenómenos el lugar que les corresponde: los verifica y se interesa por ellos. Registra los relatos, pero no se contenta con ellos.

La investigación para la canonización se centra en el conjunto de una vida vivida en santidad, que debe ser confirmada por uno o varios milagros post mortem, que van más allá de la simple noción de "prodigio", donde el poder de Dios confirma su voluntad de erigir a la persona en modelo e intercesor.

Ir más lejos:

Un testimonio en vídeo sobre la vida del padre Emmanuel de Floris. El intercambio también está disponible por escrito: "Homenaje al Padre Emmanuel de Floris, el vigilante de Montmorin, la luz de los solitarios, el santo del desierto".

Más información:

Vídeo de Arnaud Dumouch: "Le père Emmanuel de Floris, la sainteté par la simplicité (1909 - 1992)" (sus relatos sobre la vida espiritual, los fenómenos paranormales, su ejemplo de vida, su muerte santa).