Santa Catalina de Génova, o el fuego del amor de Dios

Resumen:

Catalina nació en 1447 en Génova, que en aquella época era una república independiente. Su familia pertenecía a la élite social de la península italiana: su padre, Jacques Fieschi, era virrey de Nápoles y en la familia había dos Papas, cardenales y dos arzobispos de Génova, magistrados y militares de alto rango.

La niña recibió una sólida educación en todos los ámbitos. Pero fue en la religión donde destacó, tanto en el estudio de la Biblia como en su práctica. Le encantaba rezar, asistir a misa y a los diversos oficios, y desde muy pequeña mostró una gran devoción por la Virgen María. Sus padres, también piadosos, le transmitieron magníficamente los valores del Evangelio.

Desde los ocho años, Catalina rezaba arrodillada ante una imagen piadosa (tenía una representación de una pietà en su habitación) o una estatua. Practicaba austeridades inusuales para una niña de su edad: dormía en un colchón de paja e improvisaba una almohada con un trozo de madera.

Sin embargo, estas prácticas nunca le impidieron llevar la vida normal de una niña de su posición social: asistir a las recepciones y comidas organizadas por su familia, estudiar, etc. De hecho, apenas hablaba de ello con nadie y nunca se hacía notar: esta humildad la acompañó hasta su último aliento.

A partir de 1460, Catalina, ya adolescente, afirma cada vez más su fe. Su espiritualidad adquiere un acento marcadamente cristológico: comienza a meditar sobre la Pasión de Cristo y siente un creciente deseo de abandonarse a la voluntad del Salvador, en quien deposita toda su confianza, hasta tal punto que sus padres se ven obligados a admitir que su hija comienza a despreciar la mundanidad, los honores, los placeres y las promesas de futuro en este mundo. Un día, anunció su proyecto de vida: tomar el velo para amar y servir a Jesús.

Eligió el convento genovés de Nuestra Señora de las Gracias, bajo la regla de San Agustín. Su confesor, dándose cuenta de su inquebrantable voluntad, habló con la superiora del convento. Pero Catalina fue rechazada por su corta edad. Tuvo que armarse de paciencia. Y así lo hizo, entregándolo todo a Dios.

Su padre murió en 1460, dejándola bajo la tutela de su hermano mayor, Jacques. Por aquel entonces, Génova estaba en plena guerra civil y fue ocupada repentinamente por el duque de Milán, enemigo de la familia Fieschi, que aprovechó los disturbios para conquistar la ciudad. Finalmente, se llegó a un compromiso entre las dos ciudades y, para celebrar la tregua, Jacques Fieschi entregó a Julien Adorno, duque de Milán, la mano de su hermana Catalina.

El 13 de enero de 1463, tras considerar esta unión como una prueba divina, Catalina se casó con Julien. Sus planes de vida parecían aplazados a una fecha desconocida, tal vez para siempre...

Además, Julien Adorno es un hombre violento, amante del juego y de la guerra. Engaña alegremente a su mujer.

Ella se retira en sus habitaciones y continúa su vida de oración, rezando oficios sucesivos a lo largo del día y de la noche. Esta situación duró cinco años. Las experiencias místicas se multiplicaron y la santa comía cada vez menos, sin que su salud se viera afectada. Su fe nunca flaqueó.

El 11 de julio de 1474, festividad de San Benito, entró en la iglesia dedicada a este santo, se postró en el suelo ante el altar y suplicó ayuda al patriarca de los monjes.

Al día siguiente, confía su angustia a su hermana Limbania, monja de Notre-Dame-des-Grâces, y, siguiendo su consejo, habla con el confesor del convento.

La conversación fue decisiva. Cuando volvió a casa, Catalina se encerró en su habitación y se deshizo de sus costosas galas y joyas. En su interior se había hecho la luz.

Apenas había terminado de deshacerse de sus posesiones, que se habían vuelto engorrosas e inútiles, se le apareció Cristo, ensangrentado y portando su Cruz. "Mira, hija mía, toda esa sangre derramada en el Calvario por ti, en expiación de tus pecados" le dijo. Arrodillada, Catalina dejó este mundo en espíritu.

Tres días más tarde, hizo una confesión general y obtuvo el permiso, excepcional en aquella época, de comulgar todos los días. Este fue el comienzo de una larga inediencia que duró veintitrés años, durante los cuales la santa sólo comía una hostia consagrada al día. Su única bebida era un vaso de agua, al que a veces se añadía un poco de vinagre y sal. Su salud nunca se resintió; al contrario, nunca estuvo mejor que durante estos años de abstinencia total.

Su oración adquirió una dimensión extraordinaria. Catalina rezaba de seis a siete horas diarias, sumida en éxtasis que podían durar horas. También dormía cada vez menos, pero nunca parecía cansada.

Para decirlo brevemente, el amor de Dios rige su vida en todos los sentidos.

La caridad era fruto de la oración y, en Catalina, esta caridad estaba a la altura de su oración: total, sin límites, ofrecida a todos. Fue admitida en la Sociedad de la Misericordia de Génova, formada por cuatro funcionarios municipales y ocho damas de la caridad elegidas entre la nobleza local. Ayudaban a los pobres, a los enfermos y a los huérfanos. Catalina no escatimó esfuerzos y dio ejemplo recorriendo todos los días las calles de la ciudad en busca de los más indigentes. No lo dice, pero es una batalla diaria, porque siempre ha detestado la enfermedad y la visión de la sangre le repugna.

Contra todo pronóstico, la gracia de Dios y el ejemplo de la santa provocan la conversión de Julien Adorno, que, arrepentido de sus errores, se hace miembro de una tercera orden franciscana. Murió a finales de 1497.

Su director espiritual, consciente de la santidad de su dirección, le pidió que escribiera lo que había experimentado. Su Tratado del Purgatorio y sus Diálogos forman dos libros maestros de espiritualidad y mística cristianas, en los que nadie ha detectado el menor error o inexactitud teológica.

Los últimos diez años de Catalina estuvieron llenos de sufrimiento físico. Fue una forma de despedida de este mundo que no perturbó en absoluto su fe. Tuvo repetidas visiones de ángeles, y la Virgen María vino a visitarla en su lecho de sufrimiento.

El 25 de agosto de 1510, se desmayó. Cuando volvió en sí, abrió las ventanas para contemplar el cielo azul y encontró fuerzas para cantar el Veni Creator Spiritus. Entonces cayó en éxtasis, diciendo: "¡Vámonos de aquí! No más tierra!".

El 14 de septiembre, pasada la medianoche, le preguntaron si quería comulgar. Sabiendo que su fin era inminente, señaló al cielo para explicar que allí la esperaba el Señor. Fue entonces cuando los rasgos de su rostro adquirieron una expresión de profunda paz.

Entonces dijo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" y murió radiante.

Sólo dieciocho meses después de su muerte, el Papa Julio II decidió abrir un proceso de beatificación, que concluyó en 1675. Fue proclamada santa en 1737 por Clemente XII.

Su cuerpo, milagrosamente preservado de la corrupción natural, se conserva en un relicario de cristal en la capilla superior del hospital mayor de Génova desde el año de su canonización.

Más allá de las razones para creer:

La Iglesia católica, cuya prudencia en materia de fenómenos místicos es universalmente conocida, nunca ha moderado su amor por Catalina de Génova, a pesar de haber sido bendecida con ellos en vida. La razón es sencilla: el discernimiento eclesial y los testimonios de tantos contemporáneos suyos han dado pruebas indubitables de su caridad y de su amor a los más débiles, una caridad que para ella no era una actividad "accesoria", sino el alfa y el omega de su vida de fe, pues "Dios es amor".

Ir más lejos:

Biografía de Santa Catalina de Génova (1447 - 1510), en Encyclopædia Universalis en francés

Biografía de Santa Catalina de Génova en Enciclopedia Católica online (ecwiki aciprensa)

Más información:

• Obras de Santa Catalina de Génova (livres-mystiques.com) en francés
• Tratados del purgatorio de Santa Catalina de Génova. PDF en castellano
• En la página web cheminsmystiques.fr: "Santa Catalina de Génova, la gran dama del amor puro" en francés.
• Antonio Marabotto, Ettore Vernazza, Vita della beata Caterina Adorni da Genova, Venetia (appresso L. Spineda), 1601.
• B.M. Tomatis, Santa Caterina Da Genova, Salani, Florencia 1943 (en italiano).
• Georges Izard, Sainte Catherine de Gênes, París, Le Seuil, 1969. en francés.