Seminario de Chieri (Piamonte, Italia)
Abril de 1839
San Juan Bosco y la promesa del más allá
En la noche del 3 al 4 de abril de 1839, los seminaristas del seminario piamontés de Chieri fueron despertados por un ruido espantoso que les causó un miedo indecible. La puerta del dormitorio se abrió violentamente; supieron que alguien acababa de entrar, pero no vieron a nadie. Entonces suena en la habitación una potente voz, que todos reconocen perfectamente como la de su amigo Luigi Comollo. El problema es que Luigi había muerto el día anterior... Sólo uno de ellos, Juan Bosco, sabe que el muerto acaba de cumplir la promesa que se habían hecho el verano anterior: la promesa de que el primero de ellos en morir vendría a tranquilizar al superviviente sobre su destino eterno.
Fresco del Juicio Final, catedral de Santa María del Fiore © Shutterstock / SvetlanaSF
Razones para creer:
Juan Bosco, campesino lleno de sentido común, no es dado a las invenciones místicas y siempre le desconcertarán los fenómenos extraños que salpican su vida, para los que buscará, en la medida de lo posible, explicaciones racionales, y de los que deseará librarse, incluso rezando por ello.
Trastornado por la muerte repentina de su mejor amigo, ha olvidado por completo la promesa que se hicieron mutuamente, y el episodio le asusta hasta el punto de enfermar; por tanto, no puede tratarse de autosugestión.
Los veinte seminaristas que compartían el dormitorio con Bosco, despertados al mismo tiempo que él, presencian los mismos fenómenos aterrorizados.
El supervisor, el sacerdote Giuseppe Fiorito, contaba a menudo esta historia para demostrar la existencia de una vida después de la muerte, de un juicio especial para los difuntos y de la existencia del purgatorio. Muchos sacerdotes del Oratorio, fundado por Don Bosco, fueron testigos de estas historias y las relataron.
San Juan Bosco relató este impresionante episodio en sus notas autobiográficas, escritas al final de su vida, no para vanagloriarse de esta comunicación con el más allá, sino para recordarnos que no debemos arriesgarnos y que la promesa que él y Luigi habían intercambiado era errónea. Así que no se enorgullece de ello, sino todo lo contrario.
Resumen:
Desde los tiempos de la escuela secundaria, Juan Bosco había entablado una amistad inquebrantable con Luigi Comollo, un muchacho algo más joven que él, cuya piedad, sacrificios y penitencias autoimpuestas admiraba y que, cuando se unió a Bosco en el seminario de Chieri en 1836, hizo que fuera considerado un santo por sus compañeros y sus superiores.
Al final de las vacaciones de verano de 1838, Comollo tuvo la premonición de su inminente muerte y se lo comunicó a su amigo Bosco, confiándole que tenía "tal deseo del Cielo que ya no puede permanecer en la tierra". Poco después, inspirado por la vida de un santo que ambos acababan de leer, Comollo exclamó: "¡Sería hermoso que el primero de nosotros en morir volviera del más allá para dar noticias al otro!".En aquella época, la esperanza de vida era baja, la medicina era impotente contra la mayoría de las enfermedades y las muertes prematuras eran moneda corriente. Así que no es de extrañar que los jóvenes de veintidós años (Bosco nació el 15 de agosto de 1816), y mucho menos los seminaristas, pensaran en la muerte, en el juicio de Dios y en la eternidad, feliz o infeliz, que esperaba a los muertos.
Es cierto que la Iglesia prohíbe los intentos de comunicación con los muertos -Luigi y Giovanni lo saben-, pero ellos no piensan en nada, su única preocupación es averiguar si hay que rezar por el difunto y celebrar misas por él para acortar lo más posible su sufrimiento purgatorio y purificador. Así debe entenderse la promesa que Comollo arranca a Bosco, en la que éste pronto deja de pensar, incapaz de contemplar -porque la idea le resulta tan intolerable- la muerte de su mejor e inseparable amigo.
Luigi estaba muy bien -o eso parecía- hasta la mañana del 25 de marzo de 1839, cuando se desmayó en la capilla mientras asistía a la misa de la Anunciación. Lo llevaron temblando de fiebre a la enfermería, donde murió al amanecer del martes de Pascua, 2 de abril, estrechando la mano del abate Bosco. Sus últimas palabras fueron para expresar su pesar por el hecho de que Dios no hubiera querido que fueran sacerdotes juntos, y para pedir a su amigo que rezara por él.
Para Giovanni, la conmoción fue evidentemente terrible y el dolor inmenso. Lo único que podía hacer era rezar, y así lo hizo. Dejó de pensar en aquella absurda promesa, pero Luigi no la había olvidado... Don Bosco mismo contó la historia: "La noche del 3 al 4 de abril, yo estaba en la cama en el dormitorio con otros veinte seminaristas. Hacia las once y media, se oyó un ruido terrible en los pasillos. Parecía un carro muy grande tirado por muchos caballos que se acercaba a la puerta. Todos los seminaristas se despertaron, pero nadie dijo nada, todos estaban aterrorizados. Yo estaba petrificado de miedo. Y el ruido se acercaba cada vez más. La puerta del dormitorio se abrió violentamente. Y la clara voz de Comollo se oyó decir tres veces: "¡Bosco! ¡Estoy salvado!" Entonces cesó toda la conmoción. Todos mis compañeros saltaron de sus camas para apiñarse alrededor de Don Giuseppe Fiorito, de Rivoli. Era la primera vez en mi vida que tenía miedo. Estaba tan asustado que me quería morir. De hecho, enfermé y estuve a punto de morir."
Especialista en historia de la Iglesia, postuladora de una causa de beatificación y periodista en diversos medios católicos, Anne Bernet es autora de más de cuarenta libros, la mayoría de ellos dedicados a la santidad.
Más allá de las razones para creer:
Don Bosco no volvió a hacer este tipo de promesas imprudentes, pero esto no le impidió, sin haberlas pedido esta vez, beneficiarse de apariciones de difuntos en otras ocasiones.
Ir más lejos:
Jean Bosco, Souvenirs, Apostolat des éditions, 1978.