La conversión de San Agustín: "¿Cuánto tiempo dejaré para mañana?
Agustín de Hipona (354 - 430), brillante estudiante y profesor de retórica, tenía algún conocimiento sobre el cristianismo: su madre, santa Mónica, le educó en la fe, pero pronto se cansó de lo que consideraba malos cuentos infantiles. Su pasión, la filosofía, le llevó a adoptar otras convicciones. Al mismo tiempo, tras muchas aventuras amorosas, se estableció con una mujer, la madre de su hijo pero no era feliz, ya que, en el fondo, sabía que la verdad estaba en otra parte. Un día, recibe una señal de Dios: ¡debe abrir una Biblia! Cuando leyó unas líneas al azar, su alma se llenó de la presencia de Dios, y se hizo cristiano, incluso sacerdote y obispo, y uno de los Padres de la Iglesia de Occidente.
San Agustín por Philippe de Champaigne, hacia 1645, Museo de Arte de Los Ángeles / © CCO0/wikimedia
Razones para creer:
- San Agustín es uno de los más grandes intelectuales de todos lostiempos: su gigantesca obra goza de reconocimiento universal y aún hoy se estudia, tanto en literatura y filosofía (sobre todo las Confesiones) como en teología.
- Agustín creyó, en varias ocasiones, haber encontrado la verdad o la postura correcta (maniqueísmo, astrología, escepticismo). Contrariamente a sus opiniones anteriores, su conversión al cristianismo no fue una seducción pasajera, y permaneció fiel a la fe que había recibido aquel día durante toda su vida.
- En cierto modo, Agustín se parecía a muchos de los que vivimos en los antiguos países cristianos de Occidente: creía conocer el cristianismo porque había sido catequizado de niño, cuando en realidad sólo tenía un conocimiento superficial del mismo. Tuvo que redescubrirlo de adulto para comprender plenamente su credibilidad.
- La fe de san Agustín no estaba dictada por preocupaciones políticas o sociales, sino que le permitió vivir grandes cambios: cuando se convirtió, en el año 386, el cristianismo florecía en el Imperio romano; pero al final de su vida, en 430, el Imperio estaba amenazado y Roma ya había sido saqueada por los bárbaros veinte años antes...
Resumen:
Para el hombre que se convertiría en uno de los más grandes teólogos cristianos de la historia, la fe no era en absoluto algo natural. Hijo de padre pagano y madre cristiana, Agustín, nacido en 354 en Thagaste, en la actual Argelia, fue primero un colegial y luego un estudiante bastante dotado, pero bastante indisciplinado y más interesado en los placeres y el éxito que en la vida religiosa. Le gustaba el teatro y tuvo varias conquistas amorosas. A través de su madre, santa Mónica, ya conocía la religión cristiana, pero la juzgaba con cierto desprecio: comparada con las grandes escuelas filosóficas de moda en la época, la Biblia le parecía mediocre, como una sucesión de historias mal escritas y de escaso interés.
En el año 373, a la edad de diecinueve años, Agustín descubrió su pasión por la filosofía al leer el Hortensius del autor latino Cicerón (obra hoy desaparecida), y se lanzó con celo a la búsqueda de la verdad. Creyó encontrarla en el maniqueísmo (doctrina oriental que pretendía explicar el origen del mal), al que se adhirió durante unos diez años. Al mismo tiempo, se estableció con su amante, que le dio un hijo. Podría pensarse que el joven había encontrado su equilibrio, pero en el fondo, Agustín no estaba satisfecho: su inteligencia seguía anhelando una verdad más cierta, y su corazón un amor más profundo.
Tras abandonar el norte de África para dirigirse a Italia (Roma, luego Milán), Agustín atravesó una doble crisis, intelectual y emocional: una crisis intelectual cuando, convencido por autores antimaniqueos, abandonó su doctrina, y con ella la esperanza de conocer la verdad; y una crisis emocional cuando, convencido por su madre, rompió también con su amante. Agustín se apartó de los errores del mundo... ¿pero para ir a dónde?
En Milán, siguiendo asiduamente las enseñanzas del obispo san Ambrosio, llegó a reconocer que la fe cristiana era mucho más inteligente y creíble de lo que había imaginado antes, cuando sólo tenía un conocimiento superficial de ella; y el testimonio de cristianos felices y realizados le atrajo. A él también le gustaría convertirse y ser una de esas almas felices que conocen la verdad y viven de acuerdo con ella, pero las exigencias morales del cristianismo le parecen imposibles.
Un día de agosto del 386, mientras hablaba de todo esto con uno de sus amigos, la angustia que sentía le hizo llorar, y rezó: "Señor, ¿hasta cuándo estarás enojado? Olvida mis pecados del pasado... ¿Hasta cuándo, hasta cuándo lo dejaré para mañana, siempre para mañana? ¿Por qué no hacerlo ahora? ¿Por qué no acabar ahora mismo con lo que me avergüenza?" (Confesiones, Libro VIII, 12).
Inmediatamente, en el jardín vecino, oye la voz de un niño que canta una especie de canción infantil: "¡Toma, lee! ¡Toma, lee!" Agustín se quedó asombrado: no era la típica canción infantil, y no conocía ninguna otra con ese estribillo. Así que lo interpretó como una señal de Dios para él: "Para mí, sólo había una interpretación: la voluntad de Dios me decía que abriera el libro", es decir, la Biblia, "y leyera el primer pasaje que encontrara". Así lo hizo: abrió la Bibliaal azar y leyó este versículo de la Epístola a los Romanos (Rom 13 ,13): "Comportémonos honestamente, como se hace a plena luz del día, sin orgías ni borracheras, sin lujuria ni desenfreno, sin rivalidades ni envidias, sino revestíos del Señor Jesucristo; no os entreguéis a las preocupaciones de la carne para satisfacer sus concupiscencias". Al leer estas palabras, Agustín sintió en su corazón como un océano de luz y dulzura: era la respuesta de Dios, que le decía que lo conseguiría, que lograría cambiar su modo de vida, y que no debía tener miedo de hacerse cristiano. Y así lo hizo: Agustín se hizo cristiano, luego sacerdote, después obispo, y aún hoy es uno de los más grandes pensadores cristianos de todos los tiempos.
Más allá de las razones para creer:
La madre de Agustín, Santa Mónica, había rezado mucho por la conversión de su hijo, y la historia de la oración de Santa Mónica e,s en sí misma, una hermosa razón para creer, de la que hablaremos más adelante.
Ir más lejos:
Las Confesiones de san Agustín, que narran su juventud y conversión, están disponibles en numerosas ediciones.