Estado de Querétaro (México)
Del 3 al 9 de mayo de 1990
El milagro de la beatificación de Juan Diego Cuauhtlatoatzin
Juan José Barragán Silva es un veinteañero drogadicto que intenta suicidarse en presencia de su madre, Esperenza, arrojándose desde el balcón de su piso. Cayó al suelo de cemento diez metros más abajo. Se destroza el cráneo y la columna vertebral. Esperenza pide a Juan Diego (1474-1548) que interceda por su hijo. Tres días después de su hospitalización, salió milagrosamente del coma, y a las pocas horas se encontraba en perfecto estado de salud.
Estatua de Juan Diego en Querétaro, México / © Shutterstock, ALPAL images
Razones para creer:
La fecha del milagro es ya increíble: el 6 de mayo de 1990, el mismo día de la beatificación de Juan Diego.
La caída desde el balcón, desde una altura de diez metros sobre un suelo de cemento, no dejaba ninguna posibilidad a Juan José: era seguro que moriría en el acto o, en el mejor de los casos, con escasísimas posibilidades de sobrevivir. Desde el punto de vista humano, la gravedad de las lesiones (lesiones medulares, fractura de cuello y hemorragia intracraneal) confirma este sombrío panorama, ya que la extensión de las heridas, fracturas, contusiones y hemorragias internas hace imposible la intervención quirúrgica.
En cualquier caso, no hay posibilidad de recuperación a las pocas horas del accidente. No existe ninguna causa anatomofisiológica, neurológica, psicológica (sería ridículo creer que unas graves lesiones medulares y una hemorragia cerebral pudieran haber sido superadas por "sugestión") o incluso parapsicológica que pudiera explicar esta recuperación.
El proceso de curación experimentado por Juan José no se parece en nada al curso natural de tales conmociones: en pocas horas -apenas tres días- Juan recuperó casi instantáneamente una salud perfecta, sin secuelas físicas ni neurológicas.
Los cinco especialistas médicos, miembros de la comisión científica de la Congregación para las Causas de los Santos, encargados de examinar los hechos, coincidieron en que no había explicación natural para la recuperación del joven.
Además de la comisión médica, el origen sobrenatural del suceso fue reconocido en 2001 por la comisión teológica de la Congregación para las Causas de los Santos. Esta decisión se produjo después de once años de investigación extremadamente rigurosa, durante los cuales se examinaron constantemente tres puntos fundamentales: la gravedad mortal de las heridas, la fe de Esperenza en Dios y en Juan Diego, y la rápida recuperación de su hijo, en contra de todas las expectativas de los médicos.
Resumen:
Juan Diego, cuya vida conocemos gracias a un texto fechado en 1556 y escrito en lengua náhuatl, fue el primer santo indígena latinoamericano. Apodado "Cuauhtlatoatzin" ("el águila parlante"), pertenecía a la tribu indígena mexicana de los chichimèques. No fue bautizado hasta los cincuenta años por uno de los primeros misioneros que llegaron al país, un sacerdote franciscano. Siete años más tarde perdió a su esposa. Fue entonces cuando la Virgen se le apareció varias veces en el cerro del Tepeyac, cerca de Ciudad de México (la primera aparición tuvo lugar el 9 de diciembre de 1531). Allí se construyó un santuario, que hasta hoy acoge la mayor peregrinación católica del mundo después del Vaticano (veinte millones de fieles al año).
En 1990, Juan José Barragán Silva era un joven veinteañero duramente golpeado por las tribulaciones de la vida. Llevaba muchos meses enganchado a las drogas y su salud mental y física iba decayendo poco a poco. Desempleado, deambula por las calles de Ciudad de México y entabla relaciones con otros drogadictos. Su madre, Esperenza, una mujer religiosa y maternal, ya no sabe qué hacer para que su hijo recupere el buen camino.
Una noche, regresa al piso familiar de Querétaro tras haber consumido diversas drogas. Él y su madre se enzarzan en una acalorada discusión, que pronto se convierte en discusión. De repente, tal vez en un intento de suicidio, el joven cruza a toda velocidad el balcón, salta por encima de la barandilla y cae diez metros hacia la muerte. No tiene ninguna posibilidad de sobrevivir. Su cabeza golpea el suelo de cemento. Un charco de sangre inunda la zona. El cuerpo de Juan José yace sin vida.
Aparte de su madre, varios vecinos del edificio vieron caer el cuerpo y oyeron el terrible ruido que hizo al estrellarse contra el suelo. Se llamó a los servicios de emergencia. Cuando llegaron, lo primero que notaron fue que la víctima no estaba muerta. Su respiración era casi inaudible. Su cuerpo estaba destrozado. Lo trasladaron inconsciente a un hospital cercano. Sus posibilidades de sobrevivir eran mínimas, ya que había perdido mucha sangre. Los exámenes médicos que le practicaron fueron categóricos: además de múltiples fracturas óseas, presentaba graves daños en la médula espinal, fractura de cráneo y hemorragia intracraneal. Su madre, que había presenciado el accidente sin poder hacer nada por evitarlo, fue informada de todo ello por los médicos.
Conmocionada, la pobre mujer no reaccionó a las palabras de los médicos. Pero al poco tiempo le ocurrió algo inesperado: sin hacer nada, recuperó parte de sus fuerzas y su mente se despejó. Sabe que ahora debe hacer algo por su hijo y que no todo está perdido. Piadosa, se dedica a Juan Diego, que será declarado beato tres días después. Comienza a rezar fervientemente al vidente indio, pidiéndole que ayude a su hijo, a quien pensaba que sólo Jesús y María podían curar. La angustia era palpable. Pero Esperenza seguía llamando al hombre bendito. En el fondo, ella sabía que él intercedería por el joven.
Pasan tres días. José Juan sigue en coma. Su estado es estable. A estas alturas, no hay parámetros médicos que ofrezcan el menor atisbo de esperanza. "Tenemos que afrontar los hechos", dice el personal de enfermería del hospital, "el chico va a morir pronto". Era el 6 de mayo de 1990. Ese día, el Papa Juan Pablo II se disponía a declarar beato a Juan Diego. Esperenza perserveró en silencio.
De repente, voces, gritos y risas proceden de la unidad de cuidados intensivos donde había sido trasladado el joven accidentado. Esperanza abre los ojos. ¿Por qué se divierte esta gente en un momento así? Entonces ve salir del pasillo a varios médicos que corren hacia ella. "Su hijo está... ¡curado!". Todas las variables clínicas habían vuelto a la normalidad. Ha salido del coma. No lo entendemos. Es completamente imposible... Una semana después, Juan abandonó el hospital: las fracturas y las consecuencias de la hemorragia no habían dejado rastro. No había secuelas físicas ni neurológicas de ningún tipo.
Estos hechos fueron considerados sobrenaturales por la Santa Sede tras una larguísima investigación, según el procedimiento habitual de la Congregación para las Causas de los Santos: Reunidos en primer lugar en Ciudad de México, los "hechos de la Causa" (los numerosos expedientes médicos, las declaraciones juradas de los practicantes y de los seis testigos presenciales del accidente) fueron enviados a Roma, a una comisión médica experta de cinco miembros, todos ellos especialistas reconocidos, que no aprobaron este "expediente" hasta noviembre de 1994. El circuito jurídico de la Causa no terminó ahí. La comisión médica remitió todos los documentos a los asesores teólogos, que a su vez centraron su atención en el vínculo entre la oración de la madre a Juan Diego y la curación de su hijo, y en la rapidez y el carácter definitivo de la curación. La comisión teológica dio su aprobación en mayo de 2001, once años después del accidente.
Finalmente, en septiembre de 2001, la Congregación para las Causas de los Santos votó a favor del milagro. Tres meses más tarde, el Papa firmó el decreto que reconocía oficialmente los hechos como milagrosos. Ya beatificado el 6 de mayo de 1990 por Juan Pablo II en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe de Ciudad de México, Juan fue elevado a los altares por el mismo Papa el 31 de julio de 2002.
Más allá de las razones para creer:
Contrariamente a lo que se ha afirmado, este milagro no se produjo "justo en el momento oportuno" en el calendario de Roma, que buscaba canonizar a Juan Diego "a toda costa" y rápidamente: mucho antes del accidente, y luego de la recuperación del joven, la Santa Sede había puesto en marcha un procedimiento de canonización "equipolente". - Una acción que permitiría proclamar la santidad de un devoto venerado durante siglos sin necesidad de milagro.
Ir más lejos:
Fidel González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón de un pueblo: El Acontecimiento Guadalupano, cimiento de la fe y de la cultura americanas, México, Encuentro Ediciones, 2005.