Jesús habla con Alfonso de Ligorio, quien, a cambio, le promete entrar en las órdenes sagradas.

En 1723, Alfonso de Ligorio, un joven abogado de talento con un brillante futuro por delante, comete un error trivial durante un juicio importante. Poco después, queda marcado por una experiencia inexplicable: ve una hermosa luz y oye claramente una voz masculina extraordinariamente suave que le dice: "¡Alfonso, deja el mundo y, a partir de ahora, vive sólo para mí!" Fue un choque total y definitivo. Dejó la abogacía, estudió teología y se ordenó sacerdote. Hasta su último suspiro, sin perder un minuto - como le gustaba decir - llevó una vida de eminente santidad.

Catedral de Antsirabe, San Alfonso de Ligorio y los niños / © Shutterstock, godongphoto.

Razones para creer:

De haber sido víctima de una alucinación visual y auditiva, la conversión de Alfonso y su vocación al sacerdocio probablemente no habrían durado el resto de su vida. En retrospectiva, habría reconsiderado estas decisiones.
Hay que señalar que su entorno y su familia no fueron en absoluto favorables a la decisión de Alfonso de hacerse sacerdote: intentaron disuadirle, pero fue en vano.
La descripción que hace el santo de su visión y locución, sobria pero muy precisa, es absolutamente coherente con muchos otros fenómenos del mismo tipo, registrados y reconocidos por la Iglesia católica a lo largo de los siglos.
Es difícil imaginar que San Alfonso de Ligorio se dejara engañar por esta visión, dado que su excepcional autoridad en el campo de la teología es universalmente reconocida - fue elevado al rango de Doctor de la Iglesia el 23 de marzo de 1871. De hecho, su obra escrita es monumental, tanto por la diversidad de los temas que trata como por su profundidad espiritual. Estas obras no contienen ni un solo error doctrinal o juicio espiritual equivocado.
En particular, Alfonso de Ligorio escribió: "Al leer sobre los éxtasis y arrobamientos de una santa Teresa [...], algunas almas en oración se sienten tentadas de desear estas comunidades sobrenaturales. Tales deseos deben ser rechazados, porque son contrarios a la humildad". Esto atestigua la manera cautelosa e intransigente con la que contemplaba los fenómenos místicos: no era en absoluto lo que podríamos llamar un "iluminado".
La fundación de los Redentoristas, orden que sigue muy viva en 2024, fue también fruto de una experiencia mística que Alfonso supo discernir: el 3 de octubre de 1731, Marie-Céleste Crostarosa, beatificada por el papa Francisco en 2016, le contó una visión que Alfonso comunicó prudentemente a su confesor. Ella había visto a Alfonso al lado de San Francisco de Asís, quien le señaló y dijo: "He aquí el fundador de una nueva orden de misioneros en la Iglesia".
La conversión de Alfonso de Ligorio tuvo innumerables repercusiones universales, lo que indica su origen sobrenatural. Además de la fundación de los Redentoristas, la conversión y el ministerio sacerdotal de Alfonso fueron fuente de conversiones a Cristo, curaciones (un niño moribundo que volvió a la vida; otro que era mudo y empezó a hablar; un ciego que recobró la vista, etc.), una nueva paz, etc.

Resumen:

Alfonso María de Ligorio nació en el seno de una familia napolitana el 27 de septiembre de 1696. Recibió una sólida educación intelectual. Siendo aún muy joven, su madre, mujer de gran piedad, le introdujo en las cosas de la fe; gracias a ella, Alfonso adquirió rápidamente una excelente formación catequética.

Sus cualidades naturales le granjearon la admiración de su familia: notable imaginación, agudeza mental, buen juicio, facilidad para las relaciones interpersonales, excelente memoria, sensibilidad ante las desgracias ajenas... El joven Alfonso estudió latín, francés, historia, geografía, geometría, pintura, música... una enseñanza superior reservada a la élite de la época.

Hizo la Primera Comunión a los diez años. Bajo la dirección de un oratoriano, el padre Pagano, el adolescente disfrutaba rezando, participando en la liturgia y aprendiendo sobre la historia de la Iglesia. Parecía que su fe crecía en su interior a la velocidad de su cuerpo.

Comenzó a estudiar Derecho, lo que le llevó a doctorarse tras defender su tesis. Tenía entonces dieciséis años y obtuvo una dispensa de edad de cuatro años. El joven abogado hizo unas largas prácticas de tres años con un compañero. Luego abogó por primera vez: acababa de cumplir veinte años. Su elocuencia y su dominio de las ciencias jurídicas le valieron pronto un considerable éxito profesional.

Pero en 1723, un acontecimiento providencial puso fin a esta prometedora carrera, obligando a Alfonso a orientar su vida en una dirección completamente distinta. El rico e influyente duque Orsini le confió sus intereses en un caso contra el gran duque de Toscana, Cosme III, en el que estaban en juego más de 500.000 ecus. Alfonso creía que su cliente era sincero, pero cometió un error en la interpretación jurídica de un documento. Reconociendo este error, renunció a la abogacía. Nadie pudo hacerle cambiar de opinión. Ahora tenía dudas sobre su futuro. Empezó a rezar asiduamente, preguntando a Jesús qué debía hacer. Se involucró en actividades caritativas, distribuyendo regularmente pan y un poco de dinero a los pobres de la ciudad.

Un día, mientras atendía a los enfermos del hospicio de los Incurables, se vio dos veces rodeado de una "luz brillante" que le cautivó, pero fue incapaz de descubrir su origen. Al mismo tiempo, las paredes que le rodeaban temblaron y oyó claramente una voz masculina extraordinariamente suave que le decía: "¡Alfonso, abandona el mundo y, a partir de ahora, vive sólo para mí!"Tomó esta llamada como una orden celestial. Al cabo de unos días, decidió abandonar lo mundano, renunciar a cualquier profesión secular y prometió ingresar en las órdenes sagradas.

Su entorno social no era en absoluto favorable a esta decisión. Su padre, Joseph-Félix, un pragmático capitán de navío, y toda su familia intentaron disuadirle. Pero, extraordinariamente, resistió las tormentosas discusiones con su familia: sería sacerdote o nada. De hecho, fue revestido el 23 de octubre de 1723 y tonsurado al año siguiente. Sus estudios de teología van bien, y Alfonso pone ahora su penetrante inteligencia al servicio de Dios y de la Iglesia.

Fue ordenado diácono el 6 de abril de 1726 y sacerdote el 21 de septiembre siguiente. Ordenado a los treinta años, seis años más tarde fundó la Congregación del Santísimo Redentor (los Redentoristas) para la evangelización de las poblaciones abandonadas,y escribió una obra monumental, tanto por la diversidad de los temas tratados como por la profundidad espiritual de cada una de sus obras. En 1769 fue consagrado obispo.

El clero napolitano sabía que podía contar con este hombre maravilloso, cristiano ejemplar y humanista decidido, pero también orador, misionero, teólogo y pastor de primer orden. La Iglesia universal también lo sabe. Beatificado en 1816 por el Papa Pío VII, fue incluido en el catálogo de los santos el 26 de mayo de 1839 por Gregorio XVI. Fue declarado Doctor zelantissimus por Pío IX el 23 de marzo de 1871.

Patrick Sbalchiero

Más allá de las razones para creer:

La ejemplaridad ética y material de Alfonso, el perfecto equilibrio de su espiritualidad, su declarada prudencia en el campo de las experiencias místicas, la excepcional amplitud y diversidad temática de su obra escrita, examinada en su totalidad tres veces por el magisterio de la Iglesia (proceso de beatificación, canonización y luego doctorado) son pistas sólidas y concordantes en favor de la idea de que su conversión fue de origen sobrenatural.

Ir más lejos:

Théodule Rey-Mermet, Le Saint du siècle des Lumières, Alphonse de Liguori (1696 - 1787), prefacio de Jean Delumeau, París, Nouvelle-Cité, 1987.

Más información:

R. P. Tannoja, Mémoires sur la vie et l'institut de saint Alphonse de Liguori, Nápoles, 1793-1802, 3 vols.
Cardenal Clément Villecourt, Vie et Institut de saint Alphonse-Marie de Liguori, Tournai, 1863, 4 vols.
R. P. Berthe, Saint Alphonse de Liguori, París, 1900, 2 vols.
J. Kannengieser, Dictionnaire de théologie catholique, t. 1, texto compilado por Alfred Vacant y Eugène Mangenot, París, Letouzey et Ané, 1909, pp. 467-474.