La madurez sobrenatural de Francisco Marto, "consolador de Dios".

El 4 de abril de 1919 se cumplió una promesa hecha por María al pequeño Francisco Marto: llevarle muy pronto al Cielo. Fue una promesa que le hizo muy feliz, pues cuando los curiosos le preguntaban si quería ser soldado, médico o sacerdote, él respondía: "Yo quiero no ser nada y morirme para poder ir al Cielo". Al igual que su hermana pequeña Jacinta y su prima Lucía, Francisco vio a la Santísima Virgen seis veces en el transcurso de 1917, cerca del pueblo portugués de Fátima. Y aunque, a diferencia de las dos niñas, nunca oyó ni una palabra de lo que les dijo, sabía que le había prometido llevárselos muy pronto al Cielo, a él y a su hermana, "a condición de que rezase muchos rosarios". - Una condición que cumplió escrupulosamente, no para asegurarse el cielo, sino para consolar a su "Dios demasiado ofendido", cuya tristeza, desde que le fue revelada, le causa continuo dolor.

Razones para creer:

• Francisco era un niño como los demás, juguetón, pero, como Jacinta, su hermana pequeña, era propenso a cambios de humor que lo volvían huraño y malhumorado, rasgo que molestaba a su prima hermana, Lucía dos Santos, cuando cuidaba del rebaño familiar con los niños Marto. Sin embargo, tras las primeras apariciones del Ángel de Portugal, en la primavera de 1916, Francisco corrigió espontáneamente este defecto en muy poco tiempo.

• Antes de las primeras apariciones, a Francisco le gustaba cantar y tocar el pífano; incluso era su pasatiempo favorito mientras cuidaba de los animales, ya que no tenía estudios. De un día para otro, dejó de hacerlo y, si los adultos se sorprendían, respondía con gravedad: "No puedo ser feliz ahora que he visto lo triste que es Dios".

• Como muchos jóvenes pastores de países católicos, Lucía, Francisco y Jacinta se empeñan en rezar el rosario cuando están en el prado, que es también una forma de medir el tiempo (rezar un rosario lleva veinte minutos; un rosario completo, una buena hora).

• Pero suelen optar por una versión abreviada, rezando sólo la primera y la última palabra de las oraciones, lo que les deja tiempo para divertirse. Se rinden cuando el ángel les dice: "¿Qué hacéis? Rezad, rezad mucho [...] Ofreced sin cesar oraciones y sacrificios al Altísimo". A partir de entonces, y durante el resto de su corta vida, los niños Marto no volverán a ocuparse de sus antiguas diversiones, para las que "ya no se sentían con fuerzas".

• No podemos imaginar que los niños hayan inventado estas palabras, porque están expresadas en un lenguaje demasiado sofisticado para ellos, con un vocabulario que, como niños analfabetos, no poseen.

• Durante las apariciones de la Virgen, Francisco siempre podía verla muy bien, pero no oía ni una palabra de lo que decía a las niñas, que tenían que repetirle lo que le concernía. Francisco parece comprender que no es digno de oír a la Virgen y lo acepta como penitencia por sus pecados infantiles, sin pedir nunca esta gracia. Otro sorprendente signo de madurez espiritual en un niño de nueve años.

• El 13 de junio, los niños pueden contemplar brevemente la Santísima Trinidad y verse a sí mismos en ella. Francisco resumió esta experiencia inefable en términos que no negarían los grandes místicos, y que no podían ser los de un niño ignorante y analfabeto: "Era como si estuviéramos ardiendo en esa luz que es Dios, y no nos quemáramos. Es tan hermoso, tan bueno, que no podemos decirlo. Pero ¡qué triste que esté tan triste! Si pudiera consolarlo".

• Esta reflexión, esta meditación sobre la tristeza de Dios -por lo demás impasible ante los pecados de los hombres, su rechazo de su amor, de su misericordia, y su elección deliberada de precipitarse en el infierno a pesar del sacrificio de la Cruz- es de una amplitud y profundidad teológicas que van mucho más allá de las posibilidades intelectuales de un niño de su edad.

• Es aún más asombroso que esta meditación se convirtiera en la única preocupación del pequeño y que llenara su vida durante los dos años que le quedaban de vida. Pocos adultos serían capaces de semejante constancia.

• Es aún más notable que, en medio de los peores sufrimientos de la enfermedad que acabó con su vida, soportados sin la menor revuelta, este pensamiento de "consolar a Dios" le sostuviera, impulsándole no sólo a ofrecerlos, sino a buscarlos.

• Tras la visión del infierno, Francisco recibió la vocación de consolador, como confió a Lucía, que le preguntó: "¿Qué te gusta más? ¿Consolar a Nuestro Señor o convertir a los pecadores para que caigan menos almas en el infierno? - Consolar a Nuestro Señor [...]. Me gustaría consolar a Nuestro Señor y convertir a los pecadores para que no le ofendan más".

• Más adelante, cuando se le pregunta en qué piensa cuando reza, durante largas horas de contemplación, incluso de éxtasis, dice: "Pienso en Dios, que está tan triste por tantos pecados. ¡Ah, si pudiera complacerle!También en este caso es difícil imaginar que Francisco hubiera podido alcanzar tal altura en la vida espiritual sin una gracia especial del Cielo.

• Desde que, el 13 de junio de 1917, la Santísima Virgen anunció que pronto se llevaría al Cielo a Jacinta y a Francisco, el niño aceptó con alegría esta muerte prematura y se preparó para ella, prefiriendo pasar los días en oración en la iglesia antes que ir a la escuela, pues de nada le serviría saber leer. Reza al menos tres rosarios al día, ayuna, se mortifica y lleva cilicio, cosas que ningún adulto, salvo algunos santos, es capaz de hacer.