En el cerro del Tepeyac (México)
12 de diciembre de 1531
La tilma de Guadalupe
El Nican mopohua es el relato de la aparición del 12 de diciembre de 1531 en el cerro de Peteyac. Escrito en un dialecto azteca de la región de Ciudad de México, muy probablemente poco después de los hechos, relata también el descubrimiento de la imagen de la Virgen María en el manto (la tilma) de Juan Diego. Cuando el indio la abrió para entregar al obispo de la ciudad de México las flores que había recogido de un campo seco en pleno invierno, a petición de la Virgen, y que debían servir como prueba de la autenticidad de la aparición al obispo, la Virgen representada en la tela se reveló a los dos protagonistas y a las demás personas presentes. Más que las rosas, que ya le habían convencido de la validez de las afirmaciones de Juan Diego, es fácil comprender cómo esta imagen conmocionó al obispo. Hoy todavía podemos contemplar la imagen, al igual que hizo el obispo de México hace casi quinientos años. El hecho de que la imagen haya sobrevivido hasta nuestros días, y los notables descubrimientos que su análisis detallado ha hecho posibles, nos explican y confirman el carácter sobrenatural de la aparición, y dan testimonio, a través de los detalles de la imagen, de la delicadeza de la "bella y noble dama"que la creó.
Detalle de la tilma de Guadalupe / © CCO/wikimedia
Razones para creer:
La tela tejida con ayate (fibra de agave), que no suele durar más de veinte años debido a su fragilidad, tenía cuatrocientos sesenta años cuando fue examinada en 1979 por dos científicos estadounidenses, Philip Serna Callahan y Jody Brant Smith. La tilma tiene ahora casi quinientos años y no ha sufrido ninguna alteración.
La imagen ha sido analizada.Richard Kuhn, químico alemán galardonado con el Premio Nobel de Química en 1938, analizó fragmentos de la tela de la tilma que contenían elementos de la imagen, y descubrió que las fibras analizadas no contenían ni imprimación (imprescindible cuando se pinta sobre una superficie irregular para evitar que el color se desprenda y caiga) ni pigmento de origen vegetal, animal, mineral o sintético, lo que sugiere que la imagen no fue pintada por mano humana.
Además, los colores de la imagen no se han desteñido. Sin embargo, la imagen estuvo expuesta a la luz de muchas velas devocionales durante ciento sesenta años, antes de ser colocada en alto. El tiempo, la radiación ultravioleta de las velas, las manos y los objetos que los peregrinos han colocado contra ella, el polvo y la humedad de la pared deberían haber decolorado y alterado los pigmentos.
En 1979, dos científicos estadounidenses, Philip Serna Callahan y Jody Brant Smith, utilizaron técnicas de infrarrojos para descubrir las capas de pintura ocultas bajo la pintura visible de un cuadro. Comprobaron que, aparte de unos rarísimos añadidos posteriores de pintura (tras la mancha producida por el ácido), no se podía explicar ni el tipo de pigmentos que componían la imagen, ni la permanencia de su luminosidad, ni el brillo de los colores. No hay dibujo previo, ni preparación subyacente, ni retoques: el color es uniforme y brillante.
Una fotografía ampliada tomada en 1929 por el fotógrafo Alfonso Marcué González reveló el reflejo de un hombre barbudo en los ojos de la Virgen. Este descubrimiento no salió a la luz hasta 1951, cuando un dibujante, José Carlos Salinas, hizo la misma observación en una fotografía tomada a tamaño natural por otro fotógrafo, Jesús Castaño. Varios oftalmólogos estudiaron entonces el fenómeno. En primer lugar, hay que señalar que, en la imagen de la tilma, los ojos de la Virgen miden entre 7 y 8 mm: probablemente, el tosco tejido del manto impide suponer que hayan sido realizados por manos humanas. En 1956, el doctor Javier Torroella Bueno fue el primer oftalmólogo en establecer que los reflejos observados, colocados en lugares distintos para ojos diferentes, se ajustaban a las leyes de la óptica aplicadas al ojo humano. Este proceso se dio a conocer en la fotografía en el siglo XX, pero fue ignorado por los pintores hasta entonces. Uno de sus coetáneos, Jaime Palacios, hizo una afirmación similar en 1957.
Javier Torroella Bueno también ha demostrado que los ojos de la Virgen presentan un triple reflejo, que sólo puede observarse en ojos vivos y fue descubierto en el siglo XIX. Otro oftalmólogo, Rafael Torija Lavoignet, llegó a las mismas conclusiones tras estudiar la imagen entre 1956 y 1958. Señaló que la localización de los reflejos en los ojos era tan precisa, aunque muy compleja, que no podía atribuirse al azar. También le sorprendió descubrir que, a pesar de estar representados sobre una superficie plana y opaca, los ojos de la Virgen reaccionan a la luz del oftalmoscopio como si estuvieran vivos: el iris adquiere brillo y profundidad. El médico y cirujano Jorge Kuri también dio testimonio de este último descubrimiento en 1975.
La invención de la tecnología digital propició aún más descubrimientos. José Aste Tönsmann, ingeniero licenciado por la Universidad de Cornell (Estados Unidos), logró digitalizar los ojos de la Virgen en la imagen, utilizando el equipo que empleaba en su trabajo en IBM. Su investigación se llevó a cabo en dos etapas: de 1979 a 1982, y luego de 1987 a 1997. Consiguió ampliar los detalles hasta 2.000 veces. En el proceso, descubrió trece imágenes diminutas. La historia del mopohua de Nican nos cuenta que, durante el encuentro con el obispo de México, el día en que Juan Diego le llevó las flores que había recogido, estaban presentes otras personas.El reflejo de sus siluetas permanece visible en la imagen, en los ojos de la Virgen, probablemente porque fue en el momento en que Juan Diego presentó las flores al obispo, y desplegó así su tilma, cuando se imprimió la imagen. Utilizando técnicas de simulación digital, José Aste Tönsmann pudo definir dónde se encontraba la Virgen en ese momento en relación con las demás figuras. Por último, en 2010, el matemático Fernando Oleja Llanes demostró la correlación exacta, de un ojo a otro, de las posiciones y dimensiones de las siluetas de las figuras.
Resumen:
Juan contó a su obispo que una mujer que se le había aparecido como la Madre deDios le había enviado a pedir que se construyera una iglesia. El obispo escuchó, pero se mostró escéptico. A instancias de María, fue el puñado de flores recogidas en el frío del invierno en un páramo donde las espinas y los cardos pugnaban por crecer entre las rocas, y sobre todo la imagen de Nuestra Señora inscrita en la hoja de la tilma, lo que obtuvo la aprobación del obispo. La petición de María fue atendida: el obispo construyó la capilla que ella había pedido.
¿Qué aspecto tiene esta imagen? Es una joven de gran belleza, de rostro pálido, sonriente y benévolo. Sus manos están juntas en oración; su cabeza, ligeramente inclinada y doblada hacia la derecha, está cubierta por un velo azul verdoso cubierto de estrellas doradas que cae hasta sus pies. Su vestido, ceñido a la cintura por un estrecho cinturón atado con tela negra, es blanco y está decorado con arabescos florales y dorados. Está de pie sobre una media luna sostenida por un ángel, y está completamente envuelta en un nimbo y rayos de sol que parecen escapar de su cuerpo. Contrariamente a ciertos críticos que afirmaban que esta representación no era más que un sustituto de las imágenes de las divinidades aztecas tradicionales y, por tanto, probablemente fruto de la imaginación de hombres ingeniosos deseosos de utilizar este medio para conducir más fácilmente a las poblaciones nativas al cristianismo, la imagen de "la noble y bella dama", como la llama Juan Diego, no se encuentra en ninguna escultura, pintura o manuscrito azteca. Es más, es una imagen específicamente cristiana, ya que la muestra embarazada del Hijo de Dios. De hecho, se presentó a Juan Diego con el título de "Madre de Dios". Sin embargo, esta representación no pertenece a ninguna de las escuelas iconográficas del cristianismo. Las características que presenta son, por tanto, originales y, desde este punto de vista, nuevas.
Cabe hacer una primera observación. La hoja de la tilma está tejida con ayate (fibra de agave). Un estudio realizado por Isaac Ochoterena en 1946 en el Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) especifica que la variedad de agave utilizada es el "agave popotule". Debido a su fragilidad, la tela de agave no suele durar más de unos veinte años. Pero tenía 460 años cuando dos científicos estadounidenses, Philip Serna Callahan y Jody Brant Smith, la examinaron en 1979. Ahora tiene casi quinientos años y no ha sufrido ninguna alteración. No hay barniz que proteja la imagen, que no está descolorida ni agrietada.
Ya hemos descrito una serie de hechos científicos descubiertos durante los exámenes en profundidad de la imagen de la tilma. Queda un dato importante por presentar: la disposición de las estrellas sobre el manto de la Virgen. Fue un sacerdote conocedor de la cultura náhuatl, Mario Rojas Sánchez, quien intuyó la razón de la disposición asimétrica de las sesenta y cuatro estrellas. Los indígenas de Centroamérica sólo pintaban o dibujaban hechos reales. En la cultura azteca, las representaciones debían corresponder a realidades. Por ello, el padre Rojas pidió a un astrónomo, Juan Homero Hernández Illescas, que comprobara si la posición de las estrellas en el manto correspondía a un fenómeno observable en el cielo. Si su intuición resultaba ser correcta, se reproducirían en el manto las constelaciones que pudieron verse el día en que se imprimió la imagen en la tilma, en presencia del obispo y otras personas, el 12 de diciembre de 1531. Ese día, a las 10.40 de la mañana, se produjo el solsticio de invierno -con diez días de diferencia debido al calendario juliano aún en uso-. Para los aztecas, el solsticio de invierno tenía un gran significado: marcaba la vuelta a la vida del sol, cuyo brillo se prolongaba y aumentaba. La comparación de la imagen de la tilma con los mapas del cielo del observatorio de Greenwich corroboró la idea del padre Rojas, pero de dos maneras particulares: las constelaciones aparecen distorsionadas concavamente, del mismo modo que el planisferio se distorsiona cuando se proyecta sobre un plano bidimensional. Además, las constelaciones aparecen invertidas en la imagen, como si el observador no las mirara desde la Tierra, sino desde el Universo. ¿No sería así como las vería Dios si viera todas las cosas a través de un órgano sensible como nosotros? ¿No es entonces el cielo astral un signo del cielo divino, y el nuevo sol que acompaña al solsticio de invierno un signo del sol de justicia, la luz eterna que es Jesucristo?
De estas investigaciones se desprende que ni el origen, ni la permanencia, ni la perfección de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe pueden explicarse naturalmente. ¿No es ésa la definición de un milagro? Podemos, pues, considerar que la imagen dejada en la tilma autentifica el mensaje, en sustancia, de "la noble y hermosa señora" a los habitantes del país: "Yo soy la Madre de Dios y vosotros sois mis hijos. Rezadme y yo os protegeré y os guardaré en Jesucristo, que es Dios y os ama".
Vincent-Marie Thomas es doctor en Filosofía y sacerdote.
Más allá de las razones para creer:
La proporción áurea, medida de la perfección geométrica, fue descubierta por Euclides en el siglo III antes de Cristo. En un rectángulo de longitud L y anchura l, se define mediante la siguiente fórmula: L/l = (L+l)/L. Así, la proporción áurea se obtiene cuando el cociente de la longitud por la anchura es igual al cociente de la suma de ambos por la longitud. Las proporciones geométricas extraordinariamente armoniosas que se encuentran en la naturaleza corresponden a la proporción áurea. Esta proporción también se conoce como "proporción divina" porque no puede explicarse racionalmente y parece haber sido creada por la mano de Dios. Imitando a la naturaleza según su definición clásica, el arte modela sus creaciones a partir de esta proporción. Un astrónomo cuyo nombre ya hemos mencionado, Juan Homero Hernández Illescas, observó que la imagen de la Virgen de Guadalupe está perfectamente equilibrada porque está compuesta según la proporción áurea. ¿No sugiere también esta propiedad su origen divino?
Ir más lejos:
David Caron Olivares y Jean-Pierre Rousselle, Nuestra Señora de Guadalupe. L'image face à l'histoire et à la science ( Nuestra Señora de Guadalupe. la imagen frente a la historia y la ciencia), Plouisy, Éditions Rassemblement à son image, 2014, 264 p., aquí p. 183-236.