Lanciano (Italia, Abruzos)
750
Jesús se deja ver en la Eucaristía de Lanciano
En 750, durante una misa celebrada en Lanciano por un sacerdote que dudaba de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la hostia se transformó en un trozo de carne y el vino del cáliz en sangre humana, que se coaguló en pocos minutos. A día de hoy, el milagro de Lanciano no tiene una explicación natural, aunque ha atraído la atención de numerosos investigadores y científicos de todo el mundo. Su autenticidad ha sido reconocida en cinco ocasiones por la Iglesia católica.
Catedral de Lanciano / © Shutterstock, Andrew Mayovskyy
Razones para creer:
Las reliquias eucarísticas son absolutamente idénticas a lo que eran en 750, sin cambios desde hace trece siglos, a pesar de la exposición a agentes atmosféricos y bioquímicos, lo que está en total contradicción con las leyes naturales.
Se han realizado varios análisis científicos serios. Han determinado que la sangre de Lanciano es del mismo grupo que la de la Sábana Santa de Turín (AB). También han determinado que la carne de la eucaristía de Lanciano no procedía de cualquier parte del cuerpo: era tejido muscular de un corazón humano.
A pesar de las 500 pruebas ordenadas por la Organización Mundial de la Salud, nadie es capaz de comprender el proceso por el que una hostia y un poco de vino de comunión se transforman en tejido muscular cardíaco y sangre humana.
El prodigioso milagro de Lanciano es admirable en su materialidad, pero también es excepcionalmente fecundo en el ámbito espiritual: conversiones de ateos, curaciones inexplicables de dolencias orgánicas, gran número de confesiones, etc.
A pesar de las vicisitudes de la historia, en particular durante la ocupación de la región por las tropas napoleónicas, las especies milagrosas eucarísticas no han sufrido ningún daño.
La Iglesia católica ha fomentado y apoyado la peregrinación a Lanciano desde el siglo VIII, y ha reconocido el hecho en cinco ocasiones.
Resumen:
En el año 750, un monje basiliano (griego del rito latino) celebró misa en la iglesia de San Legonziano en Lanciano (Italia, Abruzos), cerca de Chieti, en la costa adriática. Tras la consagración de la Eucaristía, al sacerdote le asaltaron dudas sobre la autenticidad de la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y vino.
En un instante, la hostia se transformó en un trozo de carne ensangrentada, y el vino del cáliz en un líquido rojizo que se parecía en todo a la sangre: un total de cinco coágulos desiguales que se coagularon brevemente. La ciencia confirmaría más tarde que el trozo de carne consistía en tejido cardíaco humano, probablemente de un hombre que había muerto poco antes. Fue el primer prodigio de este tipo conocido y plenamente documentado en la historia del catolicismo. En pocas horas, la noticia del milagro se extendió por toda la región. El sacerdote griego y los fieles presentes aquel día en la iglesia de Lanciano fueron interrogados y juraron sobre los Evangelios.
En el siglo XII, los monjes benedictinos sustituyeron a los monjes basilios, que a su vez fueron reemplazados por los franciscanos en 1253. Cinco años más tarde, se construyó una nueva iglesia en el lugar del antiguo edificio donde había tenido lugar el milagro en 750. Lanciano era ahora un verdadero santuario, capaz de acoger, albergar y cuidar a los miles de peregrinos que llegaban hasta allí.
Un documento público del siglo XV describe con todo detalle el milagro (que se remonta al año 755) y explica el extraordinario estado de conservación de estas reliquias eucarísticas desde el siglo VIII.
En 1515, el Papa León X erigió Lanciano en obispado. Pío IV concedió a su prelado el título de arzobispo. En 1566, el clero autorizó la ostensión de las reliquias. Ese año, el franciscano Jean-Antoine de Mastro Renzo las puso a salvo del ejército otomano. Conservada en un jarrón de cristal, que a su vez se guardaba en un armario de madera cerrado con cuatro llaves en el interior del convento franciscano, la hostia milagrosa regresó pronto a la iglesia de Lanciano, para regocijo de los fieles. El 17 de febrero de 1574, el arzobispo de Lanciano, Mons. Rodríguez, procedió a la autentificación de las reliquias. Siguieron otras tres autentificaciones hasta 1880. Las autoridades eclesiásticas y políticas asistieron a las ceremonias asociadas a estos actos canónicos.
Un manuscrito bilingüe (griego y latín) en papiro, fechado en 1734, afirma que, en la Edad Media, las especies milagrosas habían sido devueltas a su iglesia de origen tras haber sido robadas por dos monjes basilios de paso por Lanciano. El Primer Imperio hizo poco daño a las reliquias: aunque los franciscanos fueron expulsados de su convento en 1809, cuando Napoleón suprimió las órdenes religiosas, el relicario afortunadamente no sufrió ningún daño.
El 16 de septiembre de 1886, el cardenal Gaetano Alimonda, arzobispo de Turín, comunicó a monseñor Francesco Petrarca, arzobispo diocesano, que enviaba a Lanciano a un jesuita, Sanna Solaro, para que reconociera públicamente el milagro. En 1923, se creó una hermosa custodia de cristal para albergar las reliquias milagrosas.
Luego vino el periodo de la pericia científica, a lo largo de los siglos XIX y XX. El cáliz y la patena se examinaron minuciosamente. Se tomaron muestras de sangre y de carne, que se sometieron a profundas investigaciones. Del 18 de noviembre de 1970 al 4 de marzo de 1971, el arzobispo de Lanciano-Ortona, monseñor Perantoni, encargó al doctor Odoardo Linoli, catedrático de anatomía y química y jefe de servicio del hospital de Arezzo, y al profesor Ruggero Bertelli, catedrático de histología de la Universidad de Siena, que analizaran las muestras. La Congregación para la Doctrina de la Fe y el Ministro general franciscano les dieron total libertad. El resultado fue sorprendente: la sangre, de origen humano, era idéntica a la de la Sábana Santa (grupo AB). Todos los exámenes histológicos confirmaron la ausencia de productos susceptibles de ser utilizados para embalsamar o momificar. En 1973, el Consejo Supremo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) inició una nueva investigación. Se realizaron quinientos exámenes durante quince meses, cuyos resultados no variaron un ápice respecto a los de 1970-1971.
"La ciencia, consciente de sus limitaciones, se quedó corta a la hora de dar una explicación al fenómeno" concluía el informe final. Observado por miles de testigos, el fenómeno fue reconocido públicamente por la Iglesia en 1574, 1637, 1770, 1886 y 1970. Ninguna investigación y ninguna personalidad ha cuestionado jamás la veracidad de los hechos. Papas, cardenales y soberanos han acudido a rezar a Lanciano a lo largo de los siglos, atestiguando con su presencia la autenticidad y la importancia del santuario.
Más allá de las razones para creer:
El significado espiritual de un milagro así es considerable: es un signo claro de la presencia real de Jesús en la Eucaristía cada vez que se celebra la Misa. Dios se sirve de nuestras dudas para convertir los corazones.
Ir más lejos:
Raffaele Laria, I Miracoli eucaristici in Italia, Roma, Ed. Paoline, 2005.