Santa Lutgarda y la devoción al Sagrado Corazón
Lutgarda fue una monja belga del siglo XIII. Su juventud fue muy corriente y no mostró inclinaciones religiosas particulares. Pero a los 17 años, "la vida mística la invadió como un huracán" (Jacques Leclercq). Lutgarda tuvo una visión de Cristo, que le mostró su herida del costado. A raíz de este acontecimiento, decidió consagrar toda su vida a Dios. En el convento de Tongres y luego en Aywiers, tuvo otras experiencias místicas (visiones, levitaciones, éxtasis, estigmas). La aparición de 1199 se considera la primera visión medieval del Sagrado Corazón, cuya devoción comenzó a propagar Lutgarda.
Detalle de la visión de San Lutgarda en el Puente de Carlos de Praga/ ©CC BY 2.0/jimmyweee
Razones para creer:
- La vida de Santa Lutgarda y los milagros observados tanto en vida como póstumamente fueron escritos por Tomás de Cantimpré († 1272) y aparecen en las Acta Sanctorum (junio, vol. 4), así como en el Martirologio Romano. Tomás fue enciclopedista y amigo espiritual de Lutgarda.
- En su juventud, Lutgarda no se sintió especialmente atraída por la vida religiosa. A los 17 años surgió de repente su vocación monástica. Fue un gran cambio de rumbo, que implicaba importantes compromisos vitales (pobreza, obediencia, castidad). ¿Por qué esta elección? Se explica por la respuesta de Lutgards a la petición de Jesús.
- Las experiencias místicas de Lutgarda fueron observadas por todas las monjas de su comunidad y por muchos testigos externos.
- La humildad de Santa Lutgarda ha pasado a la historia (cuando fue elegida priora, por ejemplo, prefirió abandonar su comunidad para seguir viviendo escondida). Este rasgo de su carácter pesa a favor de la veracidad de los fenómenos, ya que Lutgarda nunca buscó notoriedad. Sólo por orden de su confesor transcribió sus visiones y otros acontecimientos místicos.
- Lutgarda pertenecía a una orden monástica que, por tradición, era muy cautelosa con las experiencias visionarias. Si los supuestos hechos fueran invención o engaño, los cistercienses nunca la habrían puesto como modelo. Además, la propia Lutgarda era prudente con sus propias experiencias místicas, pues era consciente de que no todas las visiones procedían necesariamente de Dios.
- El contenido de la visión de 1199 está totalmente en armonía con otros elementos que Lutgarda desconocía: la devoción al Sagrado Corazón desde los Padres de la Iglesia; la obra de San Bernardo sobre el tema unos cincuenta años antes; el enamoramiento de las órdenes mendicantes por el Sagrado Corazón en las décadas siguientes; y, sobre todo, el perfecto parecido entre su experiencia y la de Santa Margarita María Alacoque más de 470 años después. Tal homogeneidad orgánica a través de los siglos, tanto en las modalidades de la visión como en el significado de las palabras de Jesús, está más allá de toda posibilidad humana.
Resumen:
María Lutgarda nació en 1182 en la ciudad de Tongeren, actualmente en la provincia belga de Limburgo. Sus padres eran burgueses acomodados, perfectamente integrados en el tejido social y cultural de Flandes a finales del siglo XII: actividades comerciales con el noroeste de Europa, responsabilidades municipales e inversiones económicas... Era una niña como tantas otras: alegre, comunicativa, buena compañera de juegos, obediente a sus padres y de buen carácter. Tenía cualidades intelectuales y le resultaba fácil hacer amigos. Su educación religiosa fue sólida, pero no excesiva.
A diferencia de otros místicos, la joven Lutgarde no tenía predisposición para lo extraordinario; antes de los 17 años, no tuvo voces, visiones ni sensación de presencia. En 1199, un acontecimiento de pocos minutos marcaría su vida para siempre: Cristo se le apareció y le mostró la herida de su costado. Jesús le habló y la invitó a unirse a él entregando su vida y convirtiéndose en monja contemplativa. Esta visión fue excepcional en la historia: fue la primera experiencia visionaria de la Edad Media centrada en el Sagrado Corazón deJesús, imagen del amor de Dios por los hombres. La devoción al Sagrado Corazón es más antigua que la Edad Media. Su fuente es evangélica: el corazón de Jesús es traspasado durante su Pasión (Jn 19,34-37).
En el siglo XII, san Bernardo, cisterciense y consejero de papas y príncipes, escribió unas páginas muy hermosas sobre las "sagradas llagas" de la Pasión, explicando que la lanza clavada en el costado de Jesús crucificado por el soldado romano había mostrado el amor de su corazón por los hombres. Es sorprendente que, después de San Bernardo, sea una mujer cisterciense la agraciada con semejante visión.
La aparición de Jesús no es una ilusión óptica ni una alucinación: Lutgarda describe el encuentro como más real que la realidad. Por encima de todo, este acontecimiento cambió la vida de la santa para siempre: fue a partir de ese momento cuando surgió su vocación monástica, aunque la joven nunca había hablado de ella hasta entonces.
Lutgarda fue el primer eslabón de una "cadena" mística: después de ella, otras monjas, casi todas proclamadas santas o bendecidas por la Iglesia, tendrían visiones del Sagrado Corazón: santa Gertrudis de Helfta (contemporánea de Lutgarda), Matilde de Hackeborn, etcétera. En el otro extremo de la cadena estaba Santa Margarita María Alacoque, monja francesa de la Visitación del siglo XVII, cuyas revelaciones llevaron a Roma a instituir la fiesta del Sagrado Corazón (1765), una celebración litúrgica extendida a la Iglesia universal en 1856.
El contenido de la visión de 1199 está totalmente en armonía con cuatro elementos que, como mínimo, eran evidentemente desconocidos para Lutgarda, y con razón:
- la devoción al Sagrado Corazón desde la época de los Padres de la Iglesia,
- la "actualidad" de este culto, tal como había sido abordado por San Bernardo y el entorno cisterciense unos cincuenta años antes,
- el entusiasmo de las órdenes mendicantes por el Sagrado Corazón en los decenios siguientes,
- y, sobre todo, la perfecta similitud entre su experiencia en 1199 y la de santa Margarita María más de 470 años después.
Tal homogeneidad orgánica a través de los siglos, tanto en las modalidades de la visión como en el significado de las palabras de Jesús, está más allá de toda posibilidad humana.
Lutgarda se hizo primero monja benedictina en el monasterio de Tongeren, que luego, en 1215, se unió a la reforma de la Orden emprendida por los cistercienses desde mediados del siglo XII. En esta comunidad, Lutgarda fue agraciada con carismas extraordinarios, de los que hasta entonces Dios la había preservado totalmente. Las monjas la sorprendían levitando en la iglesia abacial o en su celda. También caía en éxtasis, cuya singular fenomenología hacía estrictamente imposible establecer cualquier comparación entre estos "raptos" y los trastornos psicológicos: la santa sólo perdía el control de sí misma cuando no estaba trabajando o perturbando la vida de la comunidad; además, volvía en sí por obediencia a sus superioras, cuando se le ordenaba recuperar la cordura. Pocas semanas después de ser admitida como novicia, experimentó dolores atroces en las manos, los pies, la cabeza y el costado. Un día, aparecieron en su cuerpo las llagas de la Pasión, que drenaban mucha más sangre de la que provocarían las heridas naturales.
Al mismo tiempo, Lutgarda descubrió que Dios le había concedido el don de curar. Caritativa y siempre dispuesta a ayudar a sus hermanas, visitaba a los enfermos de la enfermería tras obtener el permiso de la Madre Superiora. Un día, estrechó contra su corazón a una monja que sufría. Para cuando se dieron cuenta, la monja, para la que ya estaban pensando en su funeral, había recuperado la salud. Se conocen también otros casos.
Sin embargo, una razón muy sólida para creer en la veracidad de estas intervenciones divinas reside en la constante prudencia de la mística respecto a sus propias experiencias carismáticas y, por si fuera poco, respecto a sí misma. Tres siglos antes que Santa Teresa de Ávila, Lutgarda desconfiaba de las visiones porque sabía -sin haberlo aprendido nunca en los libros- que estas manifestaciones podían tener un origen diabólico o imaginario.
La seriedad y la solidez teológica de sus confesores son otra razón para creer en la aventura sobrenatural de Lutgarda. Uno de ellos, Tomás de Cantimpré (1201-1270), era un teólogo dominico, canónigo, antiguo alumno de San Alberto Magno, luego profesor de filosofía y teología a su vez.
Lutgarda vivió en grado excepcional la humildad propia de su orden. Tanto es así que, cuando sus hermanas la eligieron priora (sólo tenía 25 años y muy poca experiencia de la vida monástica en aquel momento), tomó una decisión radical para evitar tal honor, del que no se sentía merecedora: pidió cambiar de monasterio para poder seguir llevando una vida retirada. Ingresó en la comunidad cisterciense de Aywiers, en el Brabante Valón, donde pasaría el resto de su vida.
La lengua materna de las hermanas de Aywiers era el francés, pero cuando llegó, Lutgarda sólo hablaba y entendía el neerlandés. Durante meses, estuvo angustiada por la lentitud con la que intentaba aprender esta nueva lengua, sin conseguirlo adecuadamente al cabo de unos dos años. En 1234 se quedó ciega y así permaneció durante sus últimos doce años. Cristo predijo su muerte el 16 de junio de 1246.
Nuestra época ha querido denunciar el exceso de "maravillas" en la biografía de Lutgarda. En realidad, cada hecho mencionado tiene una base histórica, aunque puedan haberse inventado detalles a partir de los silencios u omisiones de la Bendecida. Es el caso de tantos cronistas competentes e informados (por ejemplo, el poeta Franck Bruntano, "secretario" de la beata Ana Catalina Emmerich a principios del siglo XIX) que, en su entusiasmo por el tema, a veces invierten demasiado en lo "maravilloso" de los místicos.
Más allá de las razones para creer:
La influencia humana y religiosa de Lutgarde, tanto en vida como a lo largo de los siglos, así como su misión de propagar la espiritualidad del Sagrado Corazón, la convierten en una de las místicas más importantes de la Edad Media.
Ir más lejos:
Zita Wenker, "Following the Lamb Wherever He Goes: The Story of St Lutgard", Medieval Women Monastics: Wisdom's Wellsprings, Collegeville, Liturgical Press, 1996, pp. 197-214.