Château-Thierry (Francia)
12 de junio de 1969
La conversión de André Levet en prisión
Nacido en 1932, André Levet, prófugo de la justicia, conoció la cárcel y el crimen organizado en su adolescencia. Organizó atracos a bancos y más tarde tráfico de drogas. Encarcelado, se fugó varias veces, pero volvía a ser capturado una y otra vez. Un día, en la calle, André se encontró por casualidad con un sacerdote quien le escribió regularmente a lo largo de los años, enviándole una Biblia mientras estaba en la cárcel. André Levet, en la cárcel para presos difíciles de Château-Thierry, retó a Jesús a un encuentro en su celda a las dos de la madrugada. A la hora acordada, conoció a Jesús en persona. Este acontecimiento, unido al descubrimiento del amor de Dios por él, lo cambió todo en su vida.
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Razones para creer:
- Tenemos acceso directo al relato de André Levet (escrito y vídeo). Su relato rezuma honestidad y en modo alguno lo retrata como un loco.
- En el espacio de una noche, André tomó conciencia de muchas cosas (el amor personal de Dios, su sacrificio, las consecuencias del mal, etc.). Sin embargo, estaba confinado entre cuatro paredes y con acceso a muy pocas cosas. Lo que André experimentó es profundamente conmovedor, y lloró durante cinco horas. Está claro que esa noche ocurrió algo sobrenatural.
- A partir de ese momento, la vida de André Levet cambió por completo, como pueden atestiguar los guardias y los demás reclusos. Su transformación fue inesperada, radical y duradera. Parece improbable que este cambio surgiera de la nada, sin razones sólidas. Tiene que venir de algo o de alguien.
- La Biblia está llena de ejemplos de la infinita misericordia de Dios (Lc 15, 11-32; Lc 7, 36-50; Jn 8:1-11etc.). Es lógico que hoy se sigan escribiendo páginas similares.
Resumen:
El siguiente texto procede del testimonio de André Levet.
Me llamo André Levet, nací en 1932 en una familia atea, nunca había oído hablar de Dios. Durante la Segunda Guerra Mundial, deportaron a mi padre. Sin padre ni madre, fui abandonado y me acogieron en una granja de los Pirineos. Mi padre fue liberado en 1945 e intentó empezar una nueva vida, pero yo no acepté a mi nueva madrastra. Me escapé a Marsella con 13 años y me busqué la vida durmiendo en la calle y descargando camiones. En esa época, la policía me detuvo y me metió en la cárcel, en Les Baumettes, esperando devolverme con mi familia.
Con el contacto con los demás presos, me convertí en un delincuente de poca monta, aprendiendo todos los trucos del oficio. A los 15 años me detuvieron por atraco a mano armada y me encarcelaron hasta que cumplí la mayoría de edad. A los 18, tuve la oportunidad de alistarme para la guerra de Indochina, lo que hice para evitar la cárcel. Me hirieron por lo que me repatriaron a Francia para curarme.
Después, gracias a mis experiencias militares y carcelarias, me convertí en el jefe de una banda de gángsters, especializada en atracos a bancos. Un día, cuando llegué a Laval por "un negocio", vi a un cura con sotana al otro lado de la carretera. Me acerqué a él y, como nunca había visto uno, le pregunté si era hombre o mujer. Me contestó: "Soy un siervo de Dios. Dios es mi jefe". Le dije: "¿Dónde está tu Dios? No puedes verlo". Me contestó: "Ya veo que no conoces a Dios, pero si un día tienes tiempo, ven a hablar conmigo al 12 bis de la calle de Solferino". Nunca olvidé aquella dirección.
Varios meses después, cuando pasaba por Laval por otro "asunto", tropecé con esa calle. Fui a ver al cura, estaba allí y me dijo: "Te estaba esperando". Aquel cura se convirtió en mi amigo, me daba consejos que yo no seguía, y cada vez que me hablaba de Dios, yo le decía: "Deja a tu Dios donde está...". Algún tiempo después, estaba en Rennes para robar un banco. Todo salió mal, mataron a mi compañero y me detuvieron. Conseguí escapar y me fui a Sudamérica, donde organicé un negocio de drogas.
Cuando volví a Francia, me detuvieron de nuevo y vuelta a escapar. Tres veces me escapé, tres veces me encontraron. Todos mis asuntos supondrían 120 años de cárcel si tuviera que sumarlos todos. Me trasladaron a la dura prisión de Clairvaux y, con algunos amigos, intenté volver a escapar cavando un túnel, como en la película La Grande Vadrouille. Casi lo conseguimos pero nos volvieron a atrapar. Intenté otra fuga, solo, amenzando a un guardia con una pistola. De nuevo, me atraparon. Decidieron enviarme a Château-Thierry. El alcaide me saludó con estas palabras: "¡Aquí, o avanzas o mueres! Le contesté levantando el escritorio sobre su cabeza. Me metieron en una celda minúscula con una cama de obra.
Mi cura no me abandonó, me enviaba todos los meses una carta en la que, de vez en cuando, me hablaba de Dios, diciéndome que era bueno. Yo le respondía: "Si tu Dios es bueno, ¿por qué hay tanta guerra y tanta miseria, por qué unos pasan hambre y otros tienen demasiado? ¿Por qué algunas personas tienen varias casas, mientras que otras no tienen ninguna? El sacerdote respondió: "André, tú eres el responsable". ¿Yo soy qué? ¿El qué? Yo quería ser responsable de los robos, ¡pero no de la miseria del mundo!
Entonces, un día, el cura me envió un gran libro y me dijo: "André , puedes leer este libro todo el tiempo, aún después de muerto, empezando por cualquier página". El alcaide me lo trajo y me dijo: "Es un buen libro, deberías leerlo, incluso puedes llevártelo al calabozo. - ¿De qué trata? - Del buen Dios", me contestó. Pero, ¡qué demonios! ¡No puede ser verdad! Me trajo a su buen Dios a mi celda y lo dejé tirado. Mi cura me escribía todo el tiempo, rogándome que leyera el libro.
Así que, para complacerle, lo abrí nueve veces en diez años. Empecé leyendo las Bodas de Caná, en las que Jesús convierte el agua en vino. Abrí el grifo de mi lavabo y dije: "¡Amigo, haz que salga vino! No funcionó. Escribí al cura diciéndole: " Tu libro no funciona". Mi cura me contestó: "André, lo estás leyendo mal, persevera". Leí la historia de la samaritana, la historia de la resurrección de Lázaro... No podía creerlo, y mi amigo al que disparó la policía, ¿no volvió a la vida? Luego volví a leer, mucho tiempo después, y leí cuánto bien había hecho Jesús a la gente y cuánto le habían maltratado, escupido, azotado, insultado, luego clavado en una cruz... Me indigné, no podía entender por qué le habían hecho tanto daño a alguien que había hecho tanto bien.
Dejé de leer. Yo seguía siempre pensando en escapar. Esperaba conseguir una pistola y una lima, pero me los interceptaron. No me tenía ninguna oportunidad así que, desesperado, invoqué a Jesús. Le dije: "Si existes, te daré una cita. Ven a mi celda esta noche a las dos de la madrugada y ayúdame a escapar". Aquella noche me quedé dormido y, de repente, en mitad de la noche, me despertaron. Listo para saltar, sentí una presencia en mi celda, pero no pude ver a nadie. Entonces oí una voz fuerte y clara dentro de mí: "André, son las 2 de la mañana, tenemos una cita". Grité al guardia: "¿Me estás llamando? - No", respondió. - "¿Qué hora es? - Las dos. - ¿Qué hora es a las 2? - Las 2 en punto", respondió el guardia. Entonces volvió la voz: "No seas incrédulo, soy tu Dios, el Dios de todos los hombres. - Pero no puedo verte", respondí. Justo entonces, hacia los barrotes de la claraboya, apareció una luz. Y en esa luz había un hombre con las manos y los pies atravesados y un agujero en el costado derecho. Me dijo: "Esto también es por ti".
En ese momento, las vendas de mis ojos, cargadas con 37 años de pecado, se cayeron y vi toda mi miseria y toda mi maldad. Caí de rodillas y me quedé allí hasta las 7 de la mañana. Lloré ante Dios y todo el mal salió de mí. Me di cuenta de que durante 37 años había estado clavando clavos en sus manos y en sus pies.
A las 7, los guardias abrieron la puerta y me vieron de rodillas, llorando. Les dije: "No volveré a escupiros, no volveré a pegar a nadie, no volveré a robar a nadie, porque cada vez que lo haga, se lo haré a Jesús". Los guardias se sorprendieron; al principio pensaron que era un truco mío pero pronto se dieron cuenta de que había cambiado por completo. Interrogaron a varios presos y ellos también pudieron conocer a este Dios maravilloso y cambiar de vida. Ahora soy libre, mi vida ha cambiado totalmente y me paso todo el tiempo hablando a los demás del amor de Dios.
Basado en el testimonio de André Levet.