Madeleine Delbrêl, deslumbrada por Dios

El itinerario religioso de Madeleine Delbrêl (1904-1964) se pareció al principio al de millones de niños de este siglo: hija de padres católicos no practicantes, fue bautizada y catequizada de niña, pero abandonó progresivamente la fe en la adolescencia, culminando en el ateísmo más virulento. Pero cuando conoció a jóvenes estudiantes cristianos en sus primeros años de estudio, tuvo que admitir que la existencia de Dios probablemente no era tan ridícula como ella había imaginado, ya que había personas inteligentes y bien adaptadas que profesaban una fe viva y entusiasta. Aceptando honestamente que tenía que plantearse la cuestión, la abordó mediante la reflexión y el estudio, pero finalmente decidió experimentar la oración. Fue durante esta oración, el 29 de marzo de 1924, cuando se sintió "deslumbrada por Dios". El amor al que consagraría su vida en adelante se apoderó de ella.

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Razones para creer:

Madeleine Delbrêl no fue atea por indiferencia o ignorancia, sino por convicción.
Su encuentro con Dios fue preparado por un proceso intelectual honesto, en el que la racionalidad desempeñó plenamente su papel.
Al mismo tiempo, su conversión no fue sólo un proceso racional: al final de la búsqueda intelectual, hizo falta el don de la gracia sobrenatural, el don de la fe, recibido en la oración.
A través de su vida enteramente entregada a los demás, Madeleine Delbrêl da testimonio de la fecundidad real de la fe en nuestras vidas.

Resumen:

Madeleine Delbrêl nació en 1904 en Mussidan, Dordoña. Al principio, su trayectoria religiosa fue similar a la de millones de franceses de este siglo (y de hoy). Nacida de padres no practicantes, fue bautizada de niña y se preparó para la Primera Comunión asistiendo a clases de catecismo, donde incluso mostró cierto fervor. Una vez terminado el catecismo, Madeleine se trasladó a París siendo adolescente con sus padres, pero pronto abandonó la fe de su infancia. "A los 15 años, era una atea estricta" (testimonio publicado en La Question des prêtres-ouvriers).

Pero fue más lejos en su ateísmo que la mayoría de las chicas de su edad. No había dejado simplemente de creer en Dios: quería llegar hasta el final y sacar todas las conclusiones filosóficas de la inexistencia de Dios. A los 17 años, escribió una virulenta profesión de ateísmo: "Se ha dicho que Dios está muerto. Puesto que esto es cierto, debemos tener el valor de dejar de vivir como si estuviera vivo. Hemos resuelto la cuestión por él; debemos resolverla por nosotros mismos. Mientras Dios vivió, la muerte no fue una muerte para siempre. La muerte de Dios ha hecho que la nuestra sea más segura. La muerte se ha convertido en lo más seguro. Hay que saberlo. No debemos vivir como personas para las que la vida es lo más importante" (texto publicado en Éblouie par Dieu).

Para ella, la fe ni siquiera era una cuestión. "Hasta entonces", testimoniaría más tarde Madeleine Delbrêl (en Ville marxiste, terre de mission), "tenía muy pocos cristianos a mi alrededor. Su religión me parecía un comportamiento social del mismo orden de discusión e importancia que otros 'usos y costumbres' [...]. No planteaban ninguna de las dificultades que habría planteado una fe".

Sin embargo, en los años siguientes, la joven, a la que le encantaba salir, bailar y tocar el piano, empezó a relacionarse con varios estudiantes, entre ellos varios cristianos devotos. Para Madeleine, estos estudiantes cristianos eran un enigma: ¿cómo podían ser creyentes unos jóvenes inteligentes y equilibrados? Continúa: "Mis compañeros, en cambio, sólo preguntaban, y de forma brutal, sobre las dificultades que plantea una fe. Sí, estaban muy a gusto en todas mis realidades; pero traían consigo lo que yo tenía que llamar 'su realidad', ¡y qué realidad era! [...] Después de encontrarme a menudo con ellos durante varios meses, ya no podía dejar honestamente, no a su Dios, sino a Dios en el absurdo". Madeleine incluso se enamoró de uno de ellos, un hombre llamado Jean Maydieu, con el que ya se imaginaba comprometida... aunque él acabara uniéndose a los dominicos.

Madeleine ya no puede ignorar la cuestión de Dios, ese Dios que ella pensaba que no tenía sustancia y que, sin embargo, parecía tan real para los demás. La joven reflexionó, leyó mucho, y la existencia de Dios se hizo un poco menos improbable. Pero tenía que ir más lejos. "Si quisiera ser sincera" dice, "Dios ya no era rigurosamente imposible, así que no tenía que tratarlo como seguramente inexistente. Elegí lo que me pareció que reflejaba mejor mi cambio de perspectiva: decidí rezar".

Y el 29 de marzo de 1924 tuvo su primer encuentro con Dios, que describe con gran modestia: "Desde la primera vez recé de rodillas por miedo, de nuevo, al idealismo. Lo hice aquel día y muchos otros, sin tiempo. Desde entonces, leyendo y reflexionando, he encontrado a Dios; pero rezando he creído que Dios me encontraba a mí y que Él es la verdad viva, y que podemos amarle como amamos a una persona." Más tarde, Madeleine Delbrêl diría simplemente que, aquel día, estaba "deslumbrada por Dios" (Nous autres, gens des rues).

A partir de entonces, toda la vida de Madeleine Delbrêl fue un testimonio vivo del amor de Dios: tras pensar en ingresar en un convento, optó por permanecer en el mundo, pero como mujer soltera, entregada por entero al amor de Dios y del prójimo. Se estableció como trabajadora social con algunas compañeras en Ivry-sur-Seine, en los suburbios de París, una ciudad obrera en gran parte comunista, y permaneció allí hasta su muerte en 1964.

Tristan Rivière

Más allá de las razones para creer:

Además de su trabajo como asistente social, Madeleine Delbrêl también escribió textos místicos, en los que abordó un aspecto poco tratado en otros lugares: el lugar del humor en la vida espiritual. Varios de estos textos han sido recogidos en Humour dans l'amour y Alcide le petit moine, 3º y 4º volúmenes de sus obras completas. Una manera divertida y original de abordar la vida espiritual.