Foligno (Umbría, Italia)
1248 - 1309
Santa Ángela de Foligno y la "Señora Pobreza"
Nacida en una familia privilegiada de la Italia del siglo XIII, Ángela cambió radicalmente de vida cuando tenía unos cuarenta años, al darse cuenta de que había descuidado a Dios y los sacramentos durante demasiado tiempo. Tuvo una visión de San Francisco de Asís, que había muerto unos veinte años antes de que ella naciera, y aceptó consagrar su vida a Cristo, que también se le manifestaba. Se desprendió de todo lo que poseía y fue admitida en la orden franciscana en 1291. Ángela entregó su alma a Dios en 1309, sin haber dejado nunca de ayudar a los enfermos y necesitados. Su fiesta se celebra el 4 de enero.
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Razones para creer:
La vida de Ángela de Foligno es bien conocida, tal como la relata su padre espiritual, el Hermano Arnaud, en el Libro de la Beata Ángela de Foligno. La segunda parte del Libro, la de las enseñanzas, se compone de cartas, documentos doctrinales, textos dictados directamente por la Santa y revelaciones místicas.
La conversión de Ángela, definitiva y total, fue también radical, a imagen de San Francisco de Asís: a los cuarenta años, abandonó su posición social y, para consternación de su familia, distribuyó sus bienes materiales entre los necesitados.
A primera vista, su conversión no le causó más que problemas y reproches: no había ninguna razón psicológica, consciente o inconsciente, que explicara semejante inversión de valores y un compromiso tan repentino con una forma de vida desconocida para ella hasta los treinta y siete años.
El encuentro con el Hermano Arnaud, que se convertiría en su confesor y la ayudaría en su desarrollo espiritual, fue providencial: conoció a este sacerdote franciscano en la carretera entre Asís y Foligno, precisamente al día siguiente de su primera visión de San Francisco.
Ángela llevó una vida mística salpicada de visiones, éxtasis, apariciones y locuciones interiores. Pero no era en modo alguno "iluminada", "extática" o "desequilibrada". Al contrario, era una mujer con una sólida experiencia humana, que llevaba una rica vida social basada en la caridad: cuidado de los leprosos, ayuda a los necesitados, etc.
Sabedora de que la vida cristiana consistía ante todo en imitar a Jesús, se mostraba extremadamente prudente ante los fenómenos extraordinarios, y sólo hablaba de ellos a su confesor, que confiaba plenamente en ella.
Ninguno de los numerosos mensajes recogidos por Ángela contenía el menor error doctrinal. Su humildad y obediencia fueron infalibles: hasta su último aliento, nunca prestó la menor atención a las revelaciones privadas que recibía de Dios, dejándolas enteramente en manos de las autoridades eclesiásticas.
"Verdadero ángel en la tierra" (Ubertin de Casale), la pobreza de la que dio testimonio, lejos de reducirse a vagas promesas o falsos compromisos, fue un camino espiritual fecundo, concreto y encarnado, como un estado de vida de Jesús.
Ángela fue beatificada por la Iglesia en 1701 y canonizada en 2013 por el Papa Francisco, pero ya había sido reconocida como mística excepcional a principios del siglo XIV por el Papa Clemente V. Durante la audiencia general del 13 de octubre de 2010, el Papa Benedicto XVI habló muy bien de su vida, diciendo que alcanzó las cumbres de la vida mística a través de la oración constante.
Resumen:
Nacida en el seno de una familia noble de Umbría (Italia), cerca de Asís, de tradición católica totalmente ajena al misticismo, Ángela llevó al principio una vida mundana marcada por la facilidad y la variedad de placeres. Casada y con familia, organizó su vida cotidiana en torno a paseos, recepciones, lecturas y frivolidades varias.
A lo largo de 1285, toma conciencia de que "algo" va mal, de que el barniz de su existencia se resquebraja, de que pierde el tiempo en actividades inútiles; en resumen, de que lo accesorio se ha convertido en lo esencial. Se siente engreída y, por primera vez, para redimirse, quiere comulgar. Como manda la tradición, se confiesa con un sacerdote en un convento cercano a su casa. Pero ese día, pensando que había cometido infinidad de pecados desde su juventud, seleccionó cuidadosamente los que confesaría. Después fue a misa y comulgó.
La noche siguiente, no podía dormir, atormentada por la idea de que había cometido una comunión sacrílega. De repente, una luz extraordinaria iluminó toda su habitación. En el centro, vio la silueta de un hombre con hábito franciscano. Se acercó, a pesar de su miedo, y descubrió que tenía las manos y los pies perforados: ¡eran los estigmas de San Francisco de Asís! El santo le hizo señas y le pidió que le siguiera por el camino de la abnegación. Le explicó que, a pesar de su confesión fallida, había encontrado la gracia ante Dios. Entonces la visión desapareció. Fue un terremoto para Ángela. A partir de ese momento, nada sería igual. Su conversión estaba en marcha.
Al día siguiente, corre al santuario de San Francisco de Asís para dar gracias. En el camino de vuelta, conoció a Arnaud, un sacerdote franciscano que se convertiría en su confesor, y gracias al cual conocemos los extraordinarios escritos y experiencias del santo. Unas semanas más tarde, ante el crucifijo de su habitación, se compromete a la castidad y a una "fidelidad sin fisuras". "¿Qué debo hacer?", se pregunta. Para entonces, se había quedado viuda; aceptó seguir a Jesús hasta el final.
Seguía viviendo en el mundo, pero ya fuera de él. Su apego emocional y psicológico a las personas y a las posesiones materiales fue disminuyendo. Ya no busca seducir ni mantener su posición social. Se da cuenta de que poco a poco se va desprendiendo de todo eso, con alegría y felicidad. El paso del tiempo y el futuro ya no la asustaban: tenía una confianza ciega en la providencia divina. Oración, lectura de la Biblia, práctica de los sacramentos, ayuda a los pobres y a los enfermos: su vida cotidiana se asemeja a la de una cristiana ejemplar. En 1291, ingresó en una tercera orden franciscana, cuyas reglas la obligaban a seguir diariamente los oficios litúrgicos.
Cristo se le manifiesta en forma de visiones y locuciones, que ella se encarga de comunicar a su confesor. Vio a Jesús en diferentes formas (crucificado, en su gloria, etc.) y experimentó raptos místicos. Después de dar su dinero y sus bienes a los pobres, la confundieron con una "loca". Este juicio no disminuyó en nada su elección definitiva de servir a Jesús en la persona de los pobres. En particular, se ocupó de los leprosos, que en aquella época no sólo eran incurables, sino también verdaderos marginados sociales.
Fue entonces cuando empezó a hablar de su viaje interior, una ascensión hacia Dios en treinta y cinco etapas o "peldaños" (los ocho primeros, los veinte siguientes y los siete últimos), que experimentó manteniendo siempre la distancia suficiente para hacer un análisis claro y completo.
Sus visiones, primero corpóreas al principio de su conversión, se convirtieron en "imaginativas", después en "intelectuales": Ángela no veía ni formas ni colores, ni siquiera los rostros de los seres celestiales, pero sabía que estaban a su lado y que estaba unida a ellos, más allá de todas las modalidades sensoriales. Un Jueves Santo, tuvo una experiencia trascendental: se le apareció Cristo, con las llagas de su Pasión. Parecía muy triste. Le dijo "Hija mía, ¡no te he amado para reírme!". Esta visión le dio una paz inefable para el resto de su vida.
Ángela entregó su alma a Dios en 1309, sin haber dejado nunca de ayudar a los enfermos y necesitados. Al igual que la cruz está hecha de la intersección de dos vigas, su fe unía la mística (la parte vertical) y la caridad (la parte horizontal).
Más allá de las razones para creer:
Más de siete siglos después de su muerte, Ángela sigue ejerciendo una fuerte influencia en el mundo católico y, más allá de todas las confesiones, en muchas personas en busca de Dios.
Ir más lejos:
Michel Cazenave, Angèle de Foligno, París, Albin Michel, 2007.