San Pío V y el milagro del crucifijo
El 1 de mayo de 1572, el Papa Pío V murió de muerte natural en Roma, a pesar de que sus enemigos habían intentado asesinarlo unos años antes. El Gran Inquisidor Michele Ghislieri,elegido Papa en diciembre de 1565 por sorpresa, ya que se esperaba la elección del cardenal Borromeo (el futuro San Carlos), preocupó a mucha gente, tanto en Roma como en el extranjero. Su valiente rigor, a la hora de imponer a la Iglesia las urgentes reformas decididas por el Concilio de Trento, le granjeó el odio de los miembros del clero que se beneficiaban de la simonía y el nepotismo. Este odio se vio reforzado por las sentencias que dictó en el ejercicio de sus funciones inquisitoriales, su lucha contra el protestantismo, las herejías y las desviaciones de la fe católica, la enemistad de la reina Isabel de Inglaterra, la desconfianza del Imperio otomano, que veía en él el último obstáculo a sus sueños expansionistas en Europa, y el descontento del pueblo romano, que temía que este severo dominico quisiera privarle de sus diversiones. Tenía numerosos adversarios, algunos de los cuales -pues los tiempos eran violentos y sin escrúpulos- podían acabar con su vida. El Papa era consciente de ello, pero no se desvió de su camino, confiando en que el Cielo le protegería. Hizo bien, pues Cristo mismo intervino para protegerle de un intento de envenenamiento.

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Razones para creer:
En el convento de Santa Sabina, en el Aventino, la Casa Generalicia de los Dominicos en Roma, además de la celda que ocupó el Hermano Michele Ghislieri cuando era religioso allí, se puede ver un magnífico crucifijo de marfil que una vez le perteneció. El cuidado con que se ha conservado este objeto desde la muerte de Pío V y la garantía dada por San Pío X atestiguan el milagro que recibió Pío V, en una fecha indeterminada, en los primeros días de su pontificado, y del que este crucifijo fue el intermediario.
Nadie ignora la extrema piedad del Sumo Pontífice que, a pesar de sus pesadísimas responsabilidades, no escatimó su vida de oración y mortificación. Es bien sabido que ayunaba en exceso y que se negaba a beber más de lo razonable, lo que le provocó una grave enfermedad renal de la que murió más tarde. En estas condiciones, era difícil recurrir al arma italiana favorita de la época cuando se trataba de deshacerse de una molestia: el veneno. A falta de un banquete donde poder alcanzar la copa o el plato del Papa, había que recurrir a métodos más complejos.
El talento de los envenenadores de la época no es ninguna leyenda. Eran capaces de impregnar unos guantes o una camisa con un veneno que, al contacto con la piel, se extendía por el cuerpo y mataba, sin cura posible. Se da el ejemplo de un huésped que, desconfiado, sólo tocaba la comida que le ofrecían si su anfitrión la compartía con él, y que murió tras comer media manzana cortada por la mitad delante de él, con sólo un lado de la hoja del cuchillo envenenado... El procedimiento elegido para matar al Papa no era, pues, impensable en la época.
A Pío V se le atribuyeron algunos milagros en vida: un día, ofreció al embajador polaco un pañuelo que contenía tierra recogida en la plaza de San Pedro como reliquias de mártires, y le dijo que estaba empapado en la sangre de los primeros cristianos martirizados en el circo vaticano. Consternado, el diplomático desdobló la tela y se sorprendió al encontrarla manchada de sangre fresca... Sin embargo, no es esta escena la que encontramos representada cada vez que los artistas han querido evocar a Pío V, sino el "milagro del crucifijo" del que fue beneficiario, señal de que se trata de un milagro conocido por todos.
En los apartamentos papales, tan desnudos como su antigua celda, sólo había un objeto que sabemos con certeza que tocaba cada día: un crucifijo de marfil de gran belleza, único objeto de valor que poseía, ante el que pasaba largo tiempo en oración. Todos en el entorno del Papa saben que, al final de sus oraciones, Pío V solía besar respetuosamente los pies del Crucificado.
Esto es lo que quiso hacer, como de costumbre, aquella mañana, pero no pudo, porque en el momento en que sus labios tocaron los pies del crucifijo, la imagen cobró vida y Jesús se retiró del beso.
Pío V era un hombre lúcido, poco interesado en los fenómenos místicos o supuestamente místicos, de los que, como buen inquisidor, desconfiaba, temiendo ver en ellos la marca del diablo. Profundamente humilde, se creía sinceramente indigno del cargo que ocupaba y no podía imaginarse merecedor del menor favor celestial, tan pecador se consideraba.
De hecho, su primera reacción es la de cualquiera que se enfrenta a un hecho increíble: suelta un aullido que hace correr a todos a su alrededor. No es la reacción de un mitómano o de un mentiroso, cuyos defectos son completamente ajenos a Pío V.
Volviendo en sí, el Papa empezó a sospechar de la intervención divina, pero por un motivo concreto: impedir que la santa imagen fuera utilizada como instrumento de un crimen sacrílego. Concluyó que la razón por la que no había podido besar los pies de Cristo como de costumbre era que estaban cubiertos de veneno.
Pidió entonces que el crucifijo fuera cuidadosamente limpiado con migas de pan, que luego fueron dadas a comer a un perro, la única contraprueba disponible en aquella época para detectar la presencia de veneno. Pocos minutos después de comer el pan, el animal murió.
Dado que sólo un íntimo con acceso ilimitado al dormitorio del Papa podría haber depositado el veneno en el crucifijo, lo normal sería buscar al culpable, hacerle confesar y condenarle. Pero Pío V, aunque tenía sus sospechas, se negó a investigar y perdonó a la persona que había intentado envenenarle.
Como la noticia del milagro se extendió por toda Roma, junto con el rumor de la magnanimidad del Papa, nunca habría otro intento, y Pío V murió de enfermedad, lo que da crédito al milagro.
En tiempos modernos, si hubiera habido alguna duda sobre el prodigio, habría sido fácil dejar que el objeto y su historia se hundieran en el olvido; no fue así en absoluto, lo que nos permite concluir que el suceso fue auténtico.
Resumen:
Cuando nació el 17 de enero de 1504 en Bosco, cerca de Mondovi, en la diócesis de Alessandria (Piamonte), Ghislieri recibió el nombre del santo del día, Antonio, como era costumbre. Cuando ingresó en los dominicos en 1518, adoptó el nombre religioso de Fra Michele. Brillante intelectual y teólogo, fue ordenado sacerdote en 1528 y, más tarde, prior del convento de Alba. Su tarea consistió en frenar la oleada de luteranismo, que en la década de 1550 se extendía por la región de Como, donde el obispo estaba a punto de abandonar la fe católica.
Verdadero hijo de Santo Domingo, quiso triunfar sobre la herejía con sus palabras, la persuasión de sus argumentos y la ayuda de la Virgen María. A menudo bastaba con reavivar la devoción mariana para que la gente volviera a su fe ancestral. Ghislieri destacó en esto, hasta el punto de que cuando el cardenal Carafa, jefe de la Inquisición, se convirtió en el Papa Pablo IV, éste nombró a Fra Michele para sucederle. Lo nombró obispo y luego cardenal, para gran disgusto de este humilde monje que, incluso como Papa, conservó su túnica blanca de dominico, origen de la vestidura blanca de los soberanos pontífices.
Fue San Carlos Borromeo, sobrino de Pío IV, quien, en diciembre de 1565, a punto de ser elegido, juzgándose demasiado joven para la tiara a la edad de veintiocho años, desvió los votos hacia Ghislieri y lo hizo elegir.
Este hombre, del que se decía que nunca había reído ni sonreído, tenía el don de las lágrimas y lloró profusamente por sus pecados y los de la Iglesia.
Convencido de que no estaba a la altura de la tarea, se encomendó a Dios, dando constantemente ejemplo de piedad, devoción y penitencia, recorriendo las calles de Roma, rosario en mano, como un digno dominico, honrando la recitación y aplicando con firmeza las decisiones del Concilio: la obligación de los obispos, bajo pena de prisión, de residir en su diócesis; el respeto a la santidad de las iglesias, demasiado a menudo profanadas; la introducción de la oración de las Cuarenta Horas en reparación por los excesos del Carnaval, que no pudo prohibir, bajo pena de revuelta popular, como tampoco pudo prohibir la prostitución en Romael fin del nepotismo, que hacía de la dirección de la Iglesia y de sus Estados el coto de unas pocas grandes familias; la obligación de los príncipes cristianos de recibir y aplicar las directivas conciliares, so pena de excomunión. Si bien Pío V cometió errores en el ámbito político, algunos de los cuales, como la guetización de los judíos de Roma, fueron duramente criticados, no puede decirse lo mismo de su política espiritual. En los seis años de su pontificado, Pío V, aunque no lo llevó a cabo hasta el final, consiguió sin embargo poner en práctica la mayor parte del programa tridentino: reforma de las costumbres eclesiásticas, creación de seminarios, que formarían por fin sacerdotes piadosos y cultos, publicación del misal conocido como "misal de San Pío V", el nuevo breviario, el nuevo catecismo y la Suma Teológica completa de Santo Tomás de Aquino.
En 1570, cuando la presión otomana sobre el Mediterráneo, el Adriático y la península itálica se había vuelto preocupante, consiguió reunir una coalición contra los turcos que hasta entonces se había considerado imposible, lo que condujo a la victoria triunfal de Lepanto el 7 de octubre de 1571. Pío V atribuyó el mérito al generalísimo, Don Juan de Austria, y sobre todo a la Santísima Virgen, a quien había pedido que rezara por el éxito católico. En agradecimiento por este éxito milagroso se instituyó la fiesta de Nuestra Señora del Rosario.
Pío V murió el 1 de mayo de 1572, tras semanas de agonía, de un ataque de nefritis.
Especialista en historia de la Iglesia, postuladora de una causa de beatificación y periodista en diversos medios católicos, Anne Bernet es autora de más de cuarenta libros, la mayoría de ellos dedicados a la santidad.
Ir más lejos:
Roberto de Mattei, San Pío V, Sophia Institute Press, 2021.