San Andrés de Tumaco (Colombia)
31 de enero de 1906
Un tsunami retrocede ante el Santísimo Sacramento
San Andrés de Tumaco, una pequeña isla del Océano Pacífico frente a las costas de Colombia, el 31 de enero de 1906. A las 10:36 de la mañana, la tierra empezó a temblar. El terremoto fue extraordinariamente violento y duradero, pero a pesar de los considerables daños, no era el verdadero peligro. Justo cuando la ferviente población local se había reunido espontáneamente frente a la iglesia, un pescador llegó corriendo con una noticia aterradora: el océano estaba retrocediendo mar adentro. Todos comprenden lo que está ocurriendo: se está formando un tsunami que pronto barrerá la isla, devastando todo a su paso. La única esperanza de supervivencia es buscar refugio en las alturas, fuera del alcance de las olas. Desgraciadamente, Tumaco es tan plana como tu mano, y su punto más alto está a dos metros sobre el nivel del mar. En otras palabras, todo el mundo va a morir. La gente, presa del pánico, grita. Fue entonces cuando al párroco del pueblo de Nario, el padre Gerardo Larrondo de San José, se le ocurrió hacer una procesión llevando el Santísimo Sacramento hasta la playa. El sacerdote elevó a Jesús Sacramentado frente al mar y, para asombro de todos, el agua dejó de moverse y volvió a fluir mar adentro.

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Razones para creer:
El terremoto del 31 de enero de 1906 es una catástrofe bien conocida y documentada. Este seísmo submarino, que se produjo en medio del Pacífico, duró diez minutos, es decir, mucho tiempo. Aunque la escala de Richter no se compuso hasta 1935, los sismólogos estimaron, a la vista de los daños, que debió de tener una intensidad de 8,8 en la escala.
Tampoco podemos poner en duda la fuerza devastadora del tsunami desencadenado por el terremoto. Durante su estancia en Ciudad de Panamá, el padre Bernardino García de la Concepción dejó un relato en el que describe cómo los barcos anclados en el puerto eran impulsados fuera del muelle y se encontraban en el centro, las calles devastadas y el mercado central arrasado en hora punta.
Al menos mil personas murieron en Colombia y Ecuador. Dada la posición geográfica de Tumaco (frente a la costa de Colombia, al sur, no lejos de la frontera con Ecuador) y la topografía muy plana de la isla, este punto tan expuesto también debería haber sufrido los estragos del tsunami. A lo largo de cientos de kilómetros de costa, la ola no perdonó nada, excepto Tumaco, el lugar donde lógicamente debía causar los peores estragos, y el único en el que no se rompió.
Los dos monjes agustinos, el padre Gerardo de San José Larrando y su coadjutor, el padre Julián de San Nicolás Moreno, que servían a Tumaco, eran ciertamente hombres de fe -como lo demuestran todas las pruebas-, pero eran clarividentes, como lo demuestra su precaución de agotar la reserva eucarística para evitar que fuera arrastrada cuando rompió la ola.
El padre Gerardo nunca ocultará el terrible miedo que sintió cuando se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Fue cuando se volvió hacia Dios, en un acto de fe y entrega, cuando escuchó literalmente lo único que podía hacer, ya que su miedo desapareció y fue sustituido por un coraje heroico que le impulsó a bajar frente al tsunami.
Toda la población de la isla puede dar testimonio de la maravilla de la ola que retrocedió en lugar de engullirlos. Todos los presentes dieron gracias hasta altas horas de la noche. Uno de los testigos comentó, con humor: "La parte inferior de la sotana del cura quedó un poco salpicada."
La prodigiosa historia del milagro eucarístico de Tumaco dio la vuelta al mundo, asombrando o admirando a cuantos la escuchaban, hasta el punto de que durante meses el padre Larrando recibió una ingente cantidad de correos de todo el mundo pidiendo detalles y confirmación del suceso.
Incluso hoy, cuando Tumaco se ha convertido en un popular balneario, la playa donde tuvo lugar el milagro sigue siendo conocida como "Playa del Milagro". La archidiócesis de Tumaco celebró solemnemente el centenario del acontecimiento en 2006, y lo conmemora en cada aniversario.
Resumen:
En 1906, San Andrés de Tumaco era una pequeña isla de pescadores situada en el Océano Pacífico, frente a las costas de Colombia.
A las 10.36 horas del 31 de enero, un terremoto submarino de 8,8 grados en la escala de Richter sacudió la isla durante diez interminables minutos. Se sintió en toda la costa pacífica de América Central y hasta California, así como en Japón. Los daños fueron cuantiosos en todas partes.
Los habitantes de Tumaco comprobaron consternados que la iglesia había sufrido mucho: se habían desprendido cuadros, las estatuas habían caído al suelo y estaban destrozadas. No tuvieron tiempo de lamentar los daños; un pescador vino corriendo hacia ellos, gritando que el mar estaba retrocediendo a una velocidad prodigiosa en una distancia de más de un kilómetro y medio. Habiendo oído hablar de este fenómeno relativamente frecuente, todos comprenden que el terremoto ha desencadenado un maremoto que barrerá la isla en los próximos minutos. Es imposible escapar al desastre, porque Tumaco es absolutamente llano y su "pico" está a dos metros sobre el nivel del mar...
Conscientes de que no hay esperanza humana de escapar a la muerte, el pánico se apodera de la población. El párroco, el padre Larrondo, no estaba menos aterrorizado, pero su primera reacción fue pedir ayuda al cielo ante algo que escapaba a la comprensión humana. Rezó y se oyó claramente soplar la única barrera contra el cataclismo. Entró en la iglesia, seguido por el padre Julián, su vicario, se dirigió al sagrario y, demostrando que no estaba del todo convencido, comenzó por consumir la reserva eucarística para evitar que fuera arrastrada por la inundación. Luego, sin tomarse el tiempo de colocarla en la custodia, cogió respetuosamente la gran hostia consagrada utilizada para saludar al Santísimo Sacramento.
Decía que en ese momento le invadió una paz sobrenatural que le convenció de que realmente tenía en sus manos el Cuerpo de Cristo y que podía obrar cualquier milagro. "Nunca más tendré miedo", piensa. "Hágase la voluntad de Dios". Volviéndose hacia sus feligreses, exclama: "¡Vamos todos a la playa, hijos míos, y que Dios se apiade de nosotros!" Seguido por toda la población, el párroco, blandiendo el Santísimo Sacramento, partió en procesión hacia la playa. Allí, vio los primeros daños causados por el tsunami: innumerables restos de naufragios arrastrados hasta la orilla. Pero lo peor estaba por llegar: a unos cientos de metros de Tumaco, una ola gigantesca, de más de diez metros de altura, se precipitó hacia la orilla, surgiendo de un mar ennegrecido por los sedimentos marinos. La gente retrocedió instintivamente, dejando a los sacerdotes solos frente a la inundación que estaba a punto de engullirlos.
Lenta y solemnemente, de pie frente al tsunami, el padre Arrondo levantó la gran hostia con las manos y trazó con ella una gran bendición por encima de las olas. Luego se quedó allí, incapaz de moverse, incapaz incluso de creer lo que veían sus ojos. Detrás de él resonó un grito, recogido a coro por sus fieles: "¡Milagro! ¡Milagro!" El sacerdote se dio cuenta de lo que ocurría. En lugar de desplomarse sobre él, la pared líquida se había detenido en seco y permaneció suspendida unos segundos antes de retroceder hacia el océano, que se calmó y recuperó poco a poco su aspecto habitual.
Tumaco, el lugar más expuesto de la costa, fue el único que se salvó del cataclismo, que causó miles de muertos y terribles daños materiales.
La hostia fue llevada de vuelta a la iglesia entre cantos de acción de gracias, colocada en la custodia y expuesta a los fieles hasta bien entrada la noche. El padre Arrondo entonó el salmo 145: "Señor, tu poder imponente será proclamado...".A día de hoy, el milagro eucarístico de Tumaco sigue siendo uno de los más espectaculares de la historia del catolicismo.
Especialista en historia de la Iglesia, postuladora de una causa de beatificación y periodista en diversos medios católicos, Anne Bernet es autora de más de cuarenta libros, la mayoría de ellos dedicados a la santidad.
Más allá de las razones para creer:
El milagro de Tumaco pudo haber caído en el olvido en el extranjero, pero el beato Carlo Acutis lo convirtió en uno de los principales acontecimientos de su famosa exposición de milagros eucarísticos en todo el mundo, y así le devolvió su fama.
Ir más lejos:
Padre Pedro del Rosario Corro, Agustinos amantes de la Sagrada Eucaristía.