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n°80

Italia

1696-1787

San Alfonso María de Ligorio, la obra sobrenatural de un abogado

Nacido en el seno de una familia noble napolitana, Alfonso fue inicialmente un brillante abogado. Se convirtió en 1722, se hizo sacerdote y se dedicó especialmente al servicio de los lazzaroni, los napolitanos más pobres. Bajo el patrocinio de San Francisco de Sales, fundó la Congregación del Santísimo Redentor (Redentoristas), cuya predicación se caracterizaba por la sencillez apostólica y la educación de los humildes. Elegido obispo de Santa Águeda dei Gothi (en Benevento, Campania), se dedicó de forma extraordinaria a este ministerio, que tuvo que abandonar quince años más tarde por graves motivos de salud. Se retiró hasta su muerte, el 1 de agosto de 1787.

San Alfonso arrodillado ante el Santísimo Sacramento, vidriera de Franz Mayer en la catedral de Carlow /© CC BY-SA 4.0/Andreas F. Borchert
San Alfonso arrodillado ante el Santísimo Sacramento, vidriera de Franz Mayer en la catedral de Carlow /© CC BY-SA 4.0/Andreas F. Borchert

Razones para creer:

  • La conversión personal de Alfonso de Ligorio fue radical, definitiva y rapidísima: tras un retiro, y en el espacio de pocos días, cambió de vida y decidió hacerse sacerdote. La fuerza de la llamada que había recibido era innegable.
  • A pesar de sus orígenes nobles y su brillante carrera, eligió dedicarse en cuerpo y alma a los más desamparados, a los enfermos incurables y a los condenados a muerte.
  • El lacayo al servicio de Alfonso, un musulmán llamado Abdallah, expresó de repente su deseo de hacerse cristiano. Como nadie le había instado explícitamente a hacerlo, se le preguntó cómo había llegado a esta decisión. Respondió: "Fue el ejemplo de mi maestro lo que me impulsó; no puede ser falsa esta religión que hace que mi maestro viva con tanta honestidad, piedad y humanidad hacia mí".

  • Los milagros jalonaron gran parte de la vida de Alfonso: fenómenos luminosos (el 28 de agosto de 1723, en el hospicio de los Incurables de Nápoles), mensajes celestiales, visiones, bilocaciones, éxtasis, curaciones, prodigios eucarísticos... El análisis que Alfonso hace de sus extraordinarias experiencias místicas (Praxis confessari, cap. 9) está en perfecta consonancia con la enseñanza que la Iglesia tiene desde hace mucho tiempo.

  • La obra teológica y espiritual de Alfonso de Ligorio es absolutamente increíble, tanto por su calidad como por su volumen: 111 obras, algunas de las cuales han sido publicadas en más de 20.000 ediciones. Sólo uno de sus libros, Teología moral, le valió el título de "patrón de los moralistas y confesores".
  • Fundó los Redentoristas, en conexión con la beata María Celeste Crostarosa, cuyas visiones habían profetizado la creación, así como los colores y la forma del hábito que llevan sus miembros. Hoy, esta orden religiosa cuenta con más de 5.300 hermanos y 4.000 sacerdotes en todo el mundo.
  • San Alfonso es uno de los 37 Doctores de la Iglesia: una rara distinción que establece una autoridad excepcional (eminens doctrina) en el campo teológico.

Resumen:

Alfonso era el hijo mayor de una familia de la nobleza menor italiana del reino de Nápoles, entonces propiedad de la corona española. Su padre, José-Félix, militar de carrera en la marina española (comandante de la galera piloto del Escuadrón Real), era un hombre extremadamente autoritario. Su madre, Anna Caterina, en cambio, era una mujer gentil y piadosa. Fue ella quien dio a sus hijos una educación cristiana sólida y coherente, e inspiró la increíble devoción de Alfonso a la Virgen María. Uno de sus hermanos (tío de Alfonso) era obispo de Troia, y dos de sus hermanas (tías del futuro santo) eran monjas franciscanas. Alfonso fue bautizado dos días después de su nacimiento, el 29 de septiembre de 1696.

El pequeño Alfonso pronto demostró ser un alumno extremadamente dotado: sus dos tutores -ambos sacerdotes- le enseñaron latín, griego, italiano, español, francés, historia, matemáticas y física, materias en las que mostró un gran entusiasmo y una curiosidad inagotable. Era un niño inteligente, de carácter fuerte y educado. Los que le rodeaban estaban convencidos de que ocuparía un lugar destacado en la sociedad napolitana. Su segundo tutor, don Rocco, añadió otras lecciones: arquitectura, pintura, esgrima y pronto filosofía. Fue una etapa importante para el muchacho: se sintió fascinado por la herencia cultural legada por la Antigüedad y se preguntó por el encuentro entre la revelación cristiana y el pensamiento griego.

A los nueve años, hace la Primera Comunión y entra en la congregación de los jóvenes nobles de San José, una especie de obra de caridad dirigida por la nobleza local. Fue también un momento que nunca olvidaría: se enfrentó a la pobreza y a la enfermedad por primera vez en su vida.

Su padre le anima a estudiar Derecho. A pesar de su corta edad (doce años), Alfonso se matriculó con éxito en la Universidad de Nápoles, donde conoció a un maestro excepcional, el filósofo Giambattista Vico, con quien mantuvo una relación amistosa durante varios años. En 1713 se doctoró en Derecho, con exención de edad (tenía dieciséis años). Escribe su primer texto: un código moral para abogados. Por las tardes, cuando terminaba sus investigaciones, se mezclaba con otros estudiantes por las calles de Nápoles. El ambiente ligero y estudiantil le sentaba bien, aunque en el fondo sentía que le faltaba "algo" que no acababa de definir.

En 1715 se hace abogado y ejerce regularmente. Sus alegatos son apreciados y empieza a adquirir cierta reputación entre sus colegas. En aquella época, su vida espiritual era bastante monótona; iba a misa y se confesaba, pero nada más. Por otra parte, su preocupación por los pobres iba en aumento. Ingresa en la Cofradía de Nuestra Señora de la Visitación. Pertenece a ella durante ocho años. Fue una experiencia fundamental: visitó a los necesitados en el hospital napolitano de Santa María del Pueblo.

Al año siguiente, se unió a la Cofradía de la Misericordia, ayudando y consolando a los clérigos encarcelados y a los pobres de Nápoles, para garantizarles una sepultura digna. Un día, el padre de Alfonso regresó de un viaje por mar con un esclavo musulmán, al que puso a trabajar a su servicio. Alfonso conoció al esclavo y mantuvo con él una excelente relación. Pero, horrorizado por la forma en que algunos hombres tratan a sus semejantes, afirma que este esclavo merece ser libre.

Durante la Semana Santa de 1722, Alfonso participa en un retiro espiritual sobre el tema del infierno. Fue una gran conmoción. Tomó conciencia de algo nuevo para él: Dios ama a los hombres hasta rebajarse a ellos, pero éstos, con su vida disoluta o indiferente, se alejan de él. Sintió una profunda llamada a convertirse y a ofrecer su vida por Dios, en caridad, no ocasionalmente, sino permanentemente. Se preguntó: "¿Qué era de mi vida antes de este momento?" Su práctica religiosa cambió por completo: recitación de la Liturgia de las Horas, adoración prolongada y recurrente del Santísimo Sacramento, rezo diario del Rosario, etc.

Durante su adolescencia, había acariciado la esperanza de hacerse sacerdote. Pero la voluntad de su padre y las circunstancias de su vida le habían llevado por otro camino. Esta vez, estaba seguro, el Señor le llamaba al sacerdocio y al amor a los pobres. Además de esta conversión, la Providencia brinda a Alfonso una ocasión ideal para orientarse hacia el sacerdocio: el último asunto judicial que juzga es un fracaso. Entonces, el 28 de agosto de 1723, fue a visitar a los enfermos del hospicio de los Incurables de Nápoles. De repente se vio rodeado por una luz fantástica y oyó una voz: "Abandona el mundo y entrégate a mí". ¿Cómo no iba a responder a esta llamada de Dios?

La ruptura con su padre fue casi definitiva. Su padre exigió a Alfonso que renunciara a su deseo de convertirse en sacerdote y siguiera la carrera de abogado, so pena de desheredarle. Gracias a la intervención del cardenal arzobispo de Nápoles, monseñor Francesco Pignatelli, se acordó que Alfonso sería sacerdote diocesano, pero que en ningún caso podría tomar el hábito religioso.

Fue admitido como candidato al sacerdocio. Las condiciones de estudios allí eran precarias. En aquella época, Nápoles no contaba aún con un seminario propiamente dicho, por lo que tuvo que formarse en el campo pastoral ayudando a un párroco y, por las tardes, leer a teólogos, moralistas y otros liturgistas. A fuerza de voluntad y con la ayuda de Dios, consiguió formarse y fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1726. Tenía 31 años. Los primeros años de su sacerdocio no los pasó en una parroquia o capellanía, sino en casa de sus padres, porque su padre quería saber qué era de él: su conversión ya había desatado rumores en la alta sociedad napolitana. Le dio una asignación mensual y un criado. Pero el joven sacerdote insistió en su libertad y, sobre todo, en servir a Dios de una forma mucho más radical. Renunció a la herencia de su padre.

Durante un tiempo, Alfonso vivió con el padre Ripa, sacerdote y antiguo misionero en China. El padre Ripa pronto le presentó a otro sacerdote, don Tomás Falcoia, de unos sesenta años, que había tenido una visión mística años antes : monjas y religiosas con un hábito desconocido, todas destinadas a imitar las virtudes de Jesucristo. El padre Falcoia había fundado una pequeña comunidad cuya regla era la de la Visitación. Ahora, en 1724, sor María Celeste Crostarosa , que se había unido a este pequeño convento, había tenido a su vez varias visiones: la Iglesia aprobaría una nueva orden femenina similar a la del padre Falcoia. Su confesor le pidió entonces que escribiera su experiencia y comunicara sus notas al director del convento, ¡el propio padre Falcoia!

Por diversas razones, Falcoia no pudo fundar rápidamente su orden. En el verano de 1730, la Providencia actuó de nuevo de un modo impensable: Alfonso fue a descansar a la comunidad del padre Falcoia. Su fama de santidad empezó a crecer en la zona de Nápoles; cuando los sacerdotes y el obispo de Scala se enteraron de que predicaba con éxito a los pastores que había encontrado de camino al convento, le pidieron inmediatamente que hablara con las monjas de la comunidad donde iba a pasar unos días de descanso. Su primer contacto con sor María Celeste fue un momento de intensa alegría. Las visiones de la Beata confirmaron a Alfonso en su proyecto de fundar una orden religiosa al servicio de los necesitados: sería la congregación de los Redentoristas, cuyo hábito, rojo y azul, había visto María Celeste durante un éxtasis.

El 3 de octubre de 1731, María Celeste vio a Cristo y a San Francisco de Asís; un sacerdote estaba junto a ellos. Lo reconoció: era Alfonso. Se oyó una voz: "Es él quien quiero que sea la cabeza de mi institución". Un año más tarde, nacía la Congregación del Santísimo Redentor. La estructura se dividió en dos ramas: una para hombres y otra para mujeres. Obviamente, Alfonso se hizo cargo, pero en la práctica fue el obispo de Castellammare, la región donde se encontraba el pequeño establecimiento, quien supervisó la vida conventual hasta 1743. Los comienzos fueron difíciles. Surgieron tensiones entre sus miembros, y no fue hasta 1749 cuando el papa Benedicto XIV aprobó la regla y el instituto de las religiosas.

En los años que siguieron, la actividad de Alfonso fue extraordinaria: confesor, teólogo, misionero, abogado... Una fuerza sobrehumana dirigió su vida, que a partir de entonces se puso enteramente bajo la mirada de Dios. En 1762, es consagrado obispo de Sainte-Agathe-des-Goths. Su carga de trabajo se multiplicó por diez. A su llegada, la diócesis estaba devastada: no había seminario, ni congregación, ni escuela católica... En pocos años, con mucho trabajo y sacrificio, consiguió sacarla a flote. Algunos días, decenas de padres, conocedores de su don para curar, le llevaban a sus hijos enfermos. Algunos se curaban con una oración y una sola señal de la cruz.

Desde 1732, la Orden estuvo a punto de desaparecer varias veces, debido a divisiones internas y a presiones externas. Alfonso nunca se rindió ni cedió a la tentación de desesperar, sabiendo que la esperanza, en todas las situaciones, incluidas las más difíciles, viene de Dios. Además, pasó los últimos siete años de su vida en una especie de desgracia, no por motivos espirituales, sino políticos y "médicos": el Papa Pío VI le excluyó de su propia congregación; sordo, aquejado de terribles ataques de reumatismo, Alfonso recibió la extremaunción ¡ocho veces!

A partir de 1784, Alfonso experimentó una "noche del alma", fenómeno bien conocido por muchos santos y místicos (como Santa Teresa del Niño Jesús, por ejemplo). Murió en la paz de Cristo el 1 de agosto de 1787. La aventura de los Redentoristas apenas había comenzado.

Alfonso fue proclamado beato en 1816 por el papa Pío VII. Gregorio XVI lo incluyó en el catálogo de los santos en 1839, y Pío IX lo proclamó Doctor de la Iglesia.

Patrick Sbalchiero


Más allá de las razones para creer:

La amplitud de su obra, la precisión de su pensamiento y el rigor de sus argumentos teológicos hacen de san Alfonso un autor inmenso, contemporáneo de los filósofos de la Ilustración.


Ir más lejos:

Jean-Marie Ségalen, "Alphonse de Liguori (santo), 1696-1787", en Patrick Sbalchiero (ed.), Dictionnaire des miracles et de l'extraordinaire chrétiens, París, Fayard, 2002, p. 19-20.


Más información:

  • Théodule Rey-Mermet, La Morale selon saint Alphonse de Liguori, París, Le Cerf, 1987.
  • Raphaël Gallagher y Rachel Brady, "L'actualité de la théologie morale de saint Alphonse de Liguori", Revue d'éthique et de théologie morale, Le Cerf ,2012/1, n° 268, p. 35-57.
  • Alfonso de Ligorio, Práctica de amar a Jesucristo, que presenta una síntesis de su pensamiento.
  • Benedicto XVI, "Audiencia general: San Alfonso de Ligorio ", 30 de marzo de 2011.
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