Tomás de Vio, conocido como Cayetano, una vida al servicio de la verdad
Tomás de Vio, llamado Cayetano por su lugar de nacimiento en Gaeta (Italia), fue un teólogo, filósofo y exégeta renacentista. Ocupó altos cargos en la Orden de los Dominicos, antes de convertirse en cardenal. En particular, desempeñó un papel importante en la defensa de los derechos pontificios en el V Concilio de Letrán. Cayetano fue también uno de los más brillantes comentaristas de las obras de Santo Tomás de Aquino. Sus reflexiones influyeron en la teología y el derecho canónico durante varios siglos, y su traducción de la Biblia fue un hito, al menos hasta el siglo XIX. Hombre de oración, encontró el sentido de su vida y de su misión en la Palabra de Dios. Murió el 19 de agosto de 1534.
Ferdinand Pauwels, Martín Lutero se enfrenta a Tomás Cayetano, 1872, Wartburg-Stiftung / ©.
Razones para creer:
- Cayetano fue un destacado intelectual europeo, reconocido por sus pares en teología, exégesis y filosofía. Debatió en público con el ilustre filósofo florentino Pico della Mirandola.
- La actitud de Cayetano demuestra que le movía un auténtico deseo de buscar la verdad y una voluntad primordial de obedecer a Dios. Cuando en 1518 el Papa le encargó que pidiera a Lutero que volviera a la unidad de la Iglesia, Cayetano no condenó ciegamente, sino que comparó analíticamente las posiciones de Lutero con las Sagradas Escrituras, la doctrina y la tradición de la Iglesia y la razón humana. El informe de este encuentro, escrito por el propio Lutero, destaca su actitud benevolente y respetuosa.
- El día de Navidad de 1517, mientras Cayetano celebraba misa en la basílica de Santa María la Mayor de Roma, se le apareció la Virgen María, acompañada del Niño Jesús. Según numerosos testigos, permaneció completamente inmóvil durante largos minutos, durante los cuales nadie se atrevió a pronunciar palabra. El 19 de agosto de 1534, en su lecho de muerte, María se le apareció por segunda vez y le sostuvo en su fe.
- Este hombre, "pequeño y de aspecto más bien enclenque" ( Y. Congar) llevó una vida particularmente humilde, a pesar de sus notables títulos y funciones. Cayetano siempre se consideró ante todo al servicio de Dios, de la Iglesia y de los pobres, a los que quería alimentar espiritual e intelectualmente con la palabra de Dios.
- La fuerza de su pensamiento, la sabiduría humana y el alcance de su obra, así como la diversidad de sus funciones, no pueden sino sorprender y entusiasmar a cualquier observador imparcial.
Resumen:
Tomás de Vio, conocido como Cayetano, nació el 1 de marzo de 1469 en Gaète (Italia, Lacio), ciudad que entonces formaba parte de los Estados Pontificios.
No eran tiempos fáciles para la Iglesia católica. Desde hacía más de un siglo, los excesos ostentosos de algunos prelados se habían convertido en el blanco de duras críticas y la teología católica estaba siendo cuestionada como nunca antes. La Reforma protestante nació oficialmente en 1517 y la diplomacia europea metía regularmente al Papado en problemas. El rey de Francia, Carlos VIII, invadió parte de la península italiana, y el emperador Carlos V saqueó Roma en 1527.
Cayetano tenía 56 años. A lo largo de su vida, se esforzó en poner de relieve la validez del papado -cuya misión era custodiar el tesoro de la fe y transmitirlo de generación en generación, junto con la belleza y autenticidad de su enseñanza -, así como la verdad del Evangelio frente a los distintos pensamientos humanos. No dudó en cruzar espadas con el ilustre filósofo florentino Pico della Mirandola, cuando apenas tenía 25 años.
Cayetano conocía perfectamente las corrientes intelectuales que influyeron en su época, empezando por el neoplatonismo, que alimentó el pensamiento europeo durante el Renacimiento. Pero su fe le llevó a demostrar que la verdad no era un concepto -por brillante que fuera-, sino una persona, Jesucristo. Como erudito, formado en tres de las principales universidades de la época (Bolonia, Padua y Nápoles), y dominico además, era consciente de que esta verdad (Dios hecho hombre) sólo sería plenamente perceptible para los hombres de su tiempo a través del encuentro, el diálogo y a veces la confrontación de la fe de San Pedro con las filosofías dominantes, y que nadie había dialogado mejor -ni más profundamente- que su ilustre predecesor, Santo Tomás de Aquino. Por eso Cayetano fue un comentarista tan exigente, erudito y magistral, en particular de la Suma Teológica. En 1519, fue el principal redactor de dos bulas papales que situaron la obra de Santo Tomás de Aquino en primera línea del diálogo de la Iglesia con la sociedad de su tiempo.
La teología no era suficiente para él. Era también un hombre que se nutría de la palabra de Dios. Fue un extraordinario lector de la Biblia. Su conocimiento del Antiguo Testamento era realmente excepcional para su época: mantuvo intercambios regulares con varios rabinos eruditos y, en el espacio de unos pocos años, tradujo casi toda la Sagrada Escritura, lo que, viniendo de un hombre solo y con poco apoyo editorial (era un investigador al que le gustaba trabajar solo o con poca compañía), era un auténtico logro. Su traducción inspirará a muchos exégetas modernos.
El punto fuerte de Cayetano, además de su notable inteligencia, era su ejemplar gestión del tiempo. Se permitía muy pocos descansos. Ponía su cuerpo y su alma al servicio de la verdad evangélica. Por eso consiguió, de forma magistral y verdaderamente increíble, compaginar actividades diplomáticas de la mayor importancia (legado a los Papas Julio II y León X), un trabajo intelectual desbordante y una vida espiritual rica y fecunda. Sus variadas ocupaciones eran de hecho "una sola", unificada por el Espíritu Santo. Así pues, sería erróneo ver en Cayetano sólo a un filósofo y a un teólogo. Es un hombre de Dios, cuyo pensamiento y voluntad son uno con sus emociones, imaginación y afectos.
Cuando intentó dialogar con Martín Lutero en 1518, no se presentó ante él simplemente como un representante de la Santa Sede, sino como un hermano en Cristo Jesús. Cuando declaró canónicamente válido el matrimonio de Enrique VIII de Inglaterra con Catalina de Aragón, negando así al soberano el divorcio a los ojos de la Iglesia, no le condenó humanamente, sino que le hizo consciente de que estaba en un error a los ojos del Señor. Cuando organizó la resistencia cristiana contra la invasión turca de Europa central en 1523-1524, no vio a esos invasores como hombres que había que masacrar, sino como hombres que había que convertir.
El cardenal teólogo, al igual que Santo Domingo, fundador de su orden, tenía una extraordinaria devoción a María. El día de Navidad de 1517, celebró misa en la basílica de Santa María la Mayor de Roma. Justo después de la consagración, mientras alzaba el cáliz, se le apareció la Virgen María, acompañada del Niño Jesús. Según numerosos testigos, el cuerpo de Cayetano permaneció completamente inmóvil durante varios largos minutos, durante los cuales los clérigos que le rodeaban y los fieles no se atrevieron a pronunciar palabra. Luego reanudó la liturgia como si nada hubiera ocurrido. En 1534, en su lecho de muerte, María se le apareció por segunda vez y le sostuvo en su fe. Estos hechos se dieron a conocer y se difundieron rápidamente tras su muerte. Varias fuentes los mencionan, y es imposible imaginar que Cayetano mintiera o que estuviera muy equivocado. Del mismo modo, es difícil imaginar que la congregación de fieles reunida en la basílica de Santa María la Mayor fuera presa de una ilusión óptica.
Cayetano, prelado como era, cultivó durante toda su vida una modestia desconcertante, no sólo hacia el Papa, la Curia romana y los obispos, sino también hacia sus hermanos de religión, los dominicos, de los que fue Maestro General durante muchos años, y, más aún, hacia todos los creyentes, cualquiera que fuera su rango social. Lo que tenemos de él no es un diario espiritual, sino verdaderos libros, que él consideraba una adaptación del mensaje evangélico al pueblo del siglo XVI, más que obras originales en sí mismas. Su bibliografía, que incluye más de 25 títulos, no es ante todo una teoría intelectual, sino una forma de catecismo para uso de sus contemporáneos. En su actividad editorial, política y diplomática sólo vio y quiso una cosa: servir a Cristo como Él había servido a los hombres.
Ir más lejos:
Guillaume de Tanoüarn, Cajétan, le personnalisme intégral, París, Le Cerf, 2009.