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n°171

Padua (Italia), Ratisbona (Alemania) y París (Francia)

Alrededor de 1200 - 1280

San Alberto Magno, el matrimonio de la inteligencia y la fe

Alberto Magno fue un dominico alemán del siglo XIII que, a lo largo de su dilatada vida, se convirtió en un experto en muchos campos. Dejó tras de sí una considerable obra científica y teológica, gran parte de ella verdaderamente revolucionaria. Dedicó su vida a enseñar teología, glorificar a Dios y predicar la grandeza y la verdad de la fe católica. Volvió a Dios el 15 de noviembre de 1280, en Colonia, y fue canonizado y proclamado Doctor de la Iglesia en 1931. Todo en San Alberto Magno, empezando por su vida de oración y ascetismo, muestra el matrimonio entre inteligencia y fe.

Manuscrito del siglo XIII de Alberto Magno / © CC0/wikimedia
Manuscrito del siglo XIII de Alberto Magno / © CC0/wikimedia

Razones para creer:

  • Las circunstancias de la vocación religiosa de Alberto fueron milagrosas: a raíz de un sueño premonitorio, conoció al beato Jordán de Sajonia, maestro de los dominicos, que vislumbró en él, sin que Alberto abriera la boca, sus planes y dudas.

  • La forma en que el santo administraba su tiempo para estudiar, enseñar y escribir -además de las horas diarias que dedicaba a la oración y a la meditación- era asombrosamente perfecta, y la fuerza de su obra poco común.

  • La amplitud y profundidad de su obra científica es inimaginable: 74 títulos que abarcan casi todos los campos del saber, incluyendo medicina, psicología, astronomía, geografía, geología, meteorología, etc. Sus 26 libros sobre botánica enumeran 390 árboles y hierbas, y sus descubrimientos sobre plantas medicinales seguirían siendo relevantes durante siglos. También dedicó 1.700 páginas al reino animal (las arañas, la reproducción de las hormigas, el crecimiento de los pollos, etc.), describiéndolo con un grado de precisión desconocido hasta entonces. Fue proclamado "patrón de los científicos cristianos" por Pío XII en 1941.

  • La Virgen María se le apareció y le advirtió que perdería su prodigiosa memoria para que dedicara más tiempo a la oración que a sus estudios, lo que efectivamente ocurrió.

  • Las virtudes espirituales y morales de Alberto fueron ejemplares: caridad, disponibilidad hacia los demás, mansedumbre, humildad (renunció a su ministerio episcopal al cabo de dos años), esperanza, honestidad absoluta en los asuntos humanos (fue un notable administrador de su diócesis) y oración continua.

  • Su obra fue tan valiosa para la fe católica y las ciencias que Alberto fue llamado "Grande" en vida. Su fama fue difundida sobre todo por sus alumnos: "Mi maestro es un asombroso milagro de nuestro tiempo" (Ulrico de Estrasburgo).Fue el maestro de Santo Tomás de Aquino, cuya influencia intelectual no tiene parangón en la historia del cristianismo.

  • Tras varias décadas de investigaciones canónicas, la Iglesia Católica lo beatificó y canonizó. Fue declarado Doctor de la Iglesia en 1931, y apodado "el Doctor Universal".

Resumen:

Albrecht von Bollstädt nació en Suabia (suroeste de Alemania) a finales del siglo XII o principios del XIII. Su familia no era rica, pero el niño recibió una esmerada educación, tanto intelectual como religiosa. Desde la adolescencia, Albrecht (o Alberto) planeó consagrar su vida a Dios haciéndose religioso. En aquella época, la Europa cristiana asistía a la aparición de nuevas órdenes -dominicos, franciscanos y carmelitas- que le atraían a su vez.

Finalmente eligió la Orden de los Frailes Predicadores, recién fundada por Santo Domingo, cuya espiritualidad le fascinaba. Pero no había muchos conventos dominicos en Alemania, y el futuro santo optó por el de Padua (Italia), que acababa de descubrir. Pero dudó. Humilde, sintiéndose débil ante la tentación, no sabía si la austeridad del convento le convendría. Una noche, tuvo un sueño extraño que le perturbó al despertar: vestido con el hábito dominico, participaba en la vida de un convento, para ser expulsado poco después.

¿Podría tratarse de un sueño premonitorio, se pregunta? En ese caso, estaba claro: la vida dominicana no era para él. Unas horas más tarde, entra en una iglesia cercana a su alojamiento. Ese día, Jourdain de Saxe, futuro Beato, Maestro de los Dominicos, celebraba misa allí. Desde el púlpito, habló de las vacilaciones de un joven cristiano ante un compromiso espiritual, explicando que estas dilaciones no eran más que una tentación diabólica... Alberto, cuyo nombre no mencionó el predicador, se quedó muy sorprendido: este "joven cristiano" le recordaba sus propios actos. Después de la ceremonia, corrió hacia Jordán. Le preguntó: "Maestro, ¿quién te ha hecho leer así mi corazón? Luego le contó sus dudas y sus planes. Jordán le respondió: "Te prometo, hijo mío, que si entras en nuestra orden, nunca la abandonarás". Ante estas palabras, Alberto sintió en su interior un soplo de poder poco común. Se convirtió definitivamente y decidió llamar a la puerta del convento de Padua. Era el año 1223.

El resto es la historia de su ascensión espiritual. Tras licenciarse en teología y medicina, Alberto fue profesor en varios conventos de su orden. Pronto se trasladó al convento de la calle Saint-Jacques de París, donde ejerció una gran influencia intelectual y religiosa, hasta el punto de ser nombrado Maestro Regente en 1241. Allí permaneció siete años. Su encuentro con la universidad parisina fue de gran importancia. Alberto fue el primer profesor de lengua alemana que enseñó en la Sorbona, y fue en París donde descubrió a Aristóteles, cuya obra no tardó en comparar con la de la revelación judeocristiana. Santo Tomás de Aquino, su brillante alumno en el convento de Colonia (Alemania), continuó esta inmensa obra, fundando con su maestro el pensamiento escolástico.

Ni la cultura grecorromana ni la filosofía judía y árabe-musulmana saciaron su sed de conocimiento. Ya licenciado en medicina, se lanzó a explorar los más diversos campos científicos, escribiendo sobre ellos vastos tratados, algunos de los cuales sirvieron de referencia absoluta hasta el Renacimiento. La botánica y la zoología fueron dos ciencias en las que fue un maestro. En 1250 aisló el elemento arsénico. San Alberto nunca separó sus actividades de investigación de su fe religiosa. Emprendió el estudio de la naturaleza para mostrar su belleza y diversidad, que sólo Dios podía haber sacado de la nada. Nunca se consideró un "descubridor", sino simplemente un modesto instrumento al servicio del Señor. Sabe que la ciencia divorciada del Evangelio es la hinchazón del ego.

Mientras enseñaba en varios conventos europeos, pronto fue llamado por el papado para diversas tareas. El papa Alejandro IV le nombra obispo de Ratisbona (Alemania, Baviera). "Es demasiado para mí", pensó, pero, perfectamente obediente, aceptó. Tras dos años de notable ministerio episcopal (restableció las finanzas de su diócesis, desarrolló las comunidades, formó a su clero, etc.), prefirió dejar Ratisbona para volver a sus queridos estudios, donde, pensó, sería más útil a los fieles. Roma no había dicho su última palabra. Ya provincial dominico en Germania, fue nombrado predicador de la curia romana en 1263 y 1264. La inteligencia y la excepcional ética de trabajo de Alberto eran admiradas en la época. Sabía que sólo Jesús le daba fuerzas para continuar su obra: evangelizar la razón y comprender la revelación bíblica según sus exigentes criterios.

Pasaron los años y el santo continuó su labor en muchos de los conventos dominicos del continente europeo. La vejez no le aseguró el retiro: participó en el Segundo Concilio de Lyon en 1274. Bajo su viva pluma vieron la luz importantes obras de ciencias naturales y meteorología.

Además, curioso por las corrientes de pensamiento de su época, pronto abordó un nuevo campo: la alquimia, que, en el siglo XIII, era un campo compartido, más o menos, por todos los eruditos. Escribió una treintena de obras sobre el tema. Esta avalancha de publicaciones le valió críticas feroces: Alberto debía ser un mago, un hechicero, para conocer las sutilezas de la alquimia y la nigromancia. Tal disposición explicaría su inexplicable poder de trabajo y su éxito entre los dominicos. El rumor creció y dio lugar a la hipótesis de que el santo era el autor del Petit y Grand Albert, grimorios impresos en los siglos XVII y XVIII basados en las obras de San Alberto Magno. Por supuesto, Alberto no era en absoluto responsable de estos escritos, y ninguno de los acusadores en vida había leído objetivamente ninguno de sus tratados sobre alquimia. Prestó poca atención a estos ataques y rezó por sus adversarios.

Siguió enseñando valientemente teología y filosofía. Pero a medida que envejecía, su memoria a veces le jugaba malas pasadas. Devoto de la Virgen María, le rogaba "constantemente" que viniera en su ayuda, que mantuviera su corazón en la línea de la fe, para que "enredado en la filosofía" no vacilara en su fe en Jesús. Un día, en medio de una clase, se detuvo de repente, como congelado. A un metro de él, acababa de aparecérsele María. Ella le dijo: "Sé fiel a tus estudios y persevera en la virtud. Dios quiere tus conocimientos para iluminar a la Iglesia. Pero para que no flaquees en tu fe, antes de morir se te quitará toda tu filosofía. Es en la inocencia y sinceridad de tu infancia, y en la verdad de tu fe, donde Dios te sacará de este mundo. Y ésta es la señal que te avisará de que ha llegado tu hora: tu memoria te abandonará".

Cuando murió el 15 de noviembre de 1280 en Colonia, tras varios meses de silencio y soledad, advertido de su inminente fin por la desaparición de su memoria, ya era el "Doctor Universal" que la Iglesia católica glorificaría durante siglos. El Papa Gregorio XV lo proclamó beato, y Pío XI lo proclamó santo en 1931, elevándolo después al rango de Doctor de la Iglesia. Diez años más tarde, su sucesor, Pío XII, le nombró patrono de los eruditos cristianos. En vida, uno de sus alumnos, Ulrico de Estrasburgo, ya había visto en él un "milagro asombroso".

Patrick Sbalchiero


Más allá de las razones para creer:

Sabiendo que la razón es un don de Dios, San Alberto puso su inteligencia excepcional al servicio de Jesús y del Evangelio estudiando las ciencias, que expresan a su manera la extraordinaria complejidad del mundo.


Ir más lejos:

François Bousquet, "Albert le Grand (saint), vers 1200 - 1280", en Patrick Sbalchiero (ed.), Dictionnaire des miracles et de l'extraordinaire chrétiens (Diccionario de los milagros cristianos y de lo extraordinario), París, Fayard, 2002, p. 17.


Más información:

  • Alain de Libera, Albert le Grand et la philosophie (Alberto Magno y la filosofía), París, Vrin, 1990.
  • Idem, "Albert le Grand", en Dictionnaire du Moyen Âge, ("Alberto Magno en el Diccionario de la Edad Media), París, PUF, 2002.
  • Kenneth F. Kitchell e Irven Michael Resnick, Albertus Magnus, On Animals: A Medieval Summa Zoologica (Albertus Magnus, Sobre los animales: Una Summa Zoologica Medieval), The John's Hopking University Press, 1999.
  • Sobre la extraordinaria contribución de Alberto Magno a la ciencia, véase el artículo "Albert le Grand, ambulante encyclopédie".
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