Países Bajos, Alemania, Italia y Suiza
1521 - 1597
Pedro Canisio, defensor de la fe católica en Alemania
De origen holandés, Pedro Canisio (o Pedro D'Hondt) fue uno de los primeros miembros de la Compañía de Jesús, fundada por san Ignacio de Loyola, de quien era amigo. Ordenado sacerdote, llevó una vida cristiana excepcionalmente intensa, dedicando todo su tiempo a evangelizar a sus contemporáneos, especialmente a los de extracción obrera. Su Catecismo sigue siendo hoy un libro magistral, la respuesta perfecta a las tesis protestantes entonces en boga en Europa occidental. Proclamado santo en 1925, fue elevado al supremo rango de Doctor de la Iglesia el 21 de mayo del mismo año.
San Pedro Canisio en la vidriera de la Dreifaltigkeitskirche / © Shutterstock, Renata Sedmakova.
Razones para creer:
Pedro llevó a cabo una extraordinaria labor evangelizadora en varios países (Alemania, Suiza, Países Bajos, República Checa, etc.), en condiciones materiales rudimentarias y en un contexto político y religioso desfavorable: desde la década de 1520, el protestantismo ganaba terreno en Europa.
Fue un intelectual de gran valor y un líder espiritual de primer orden: maestro de artes, profesor de retórica y latín, consejero teológico del Concilio de Trento, predicó en la corte del emperador alemán Fernando I... Pero Pedro Canisio fue también humilde, caritativo, profundamente bueno (empezando por luteranos y calvinistas) y disponible para todos.
Su conocimiento de la Biblia, de los Padres de la Iglesia y del conjunto de la tradición católica deja sin palabras. Se opuso con éxito a los mejores teólogos protestantes de su época (incluido Melanchton). En 1556, como consejero en la Dieta de Ratisbona (Alemania), logró derrotar a los teólogos protestantes, que se vieron obligados a retirarse.
Su Catecismo llevó a innumerables personas a conocer y profundizar en la fe católica. Es reconocido por las más altas autoridades de la Iglesia católica como un modelo de síntesis de la doctrina católica y una refutación definitiva de las tesis protestantes; fue traducido a casi todas las lenguas europeas hasta mediados del siglo XX. Sólo ciento treinta años después de su publicación, esta obra conoció cuatrocientas ediciones sucesivas.
En 1892, un autor protestante y biógrafo del santo hablaba del Catecismo en estos términos: "La presentación [es] un modelo de lucidez y claridad, sin parangón entre los libros católicos".
Roma siempre ha honrado a Pedro Canisio, reconociéndolo como un apóstol excepcional: ya en 1549, el Papa Pablo III lo envió a enseñar a la Universidad de Ingolstadt (Baviera); en 1562, intervino en el Concilio de Trento sobre la cuestión de la comunión bajo las dos especies; fue Nuncio Apostólico en Polonia...
Su labor dentro de la Compañía de Jesús es también increíble: en sólo treinta años, él solo fundó dieciocho colegios jesuitas en todo el continente, y enseñó en varios de ellos.
En su audiencia general del 9 de febrero de 2011, el Papa Benedicto XVI se refirió al santo como "una figura muy importante del siglo XVI católico", cuya obra de evangelización, que parecía imposible a primera vista, se realizó "a través del poder de la oración [...], es decir, a través de una profunda amistad personal con Jesucristo".
Su vida mística era de una riqueza rara y extraordinaria: toda su labor pastoral se basaba en la persona de Cristo, con quien hablaba largamente todos los días. El 4 de septiembre de 1549, escribe en su diario: "Tú, al final, como si me abrieras el corazón del Santísimo Cuerpo, que me parecía ver ante mí, me mandaste beber de esta fuente, invitándome, por decirlo así, a sacar de tus manantiales, oh Salvador mío, las aguas de mi salvación".
Resumen:
Nacido en Nimega (Países Bajos) de padre perteneciente a la rica burguesía local y burgomaestre de la ciudad, Pedro perdió a su madre, Ægidia van Houweningen, poco después de su nacimiento. Recibió una sólida y amplia educación intelectual y religiosa. En 1536, marchó a Colonia (Alemania) para estudiar derecho y artes liberales. Fue un estudiante brillante, con un perfecto dominio del latín y sed de conocimiento.
También era un gran orador. Su fe primaba sobre cualquier otra consideración, y el joven Pedro estaba decidido a ponerse al servicio de Dios en cuanto pudiera. Mientras tanto, se dedica a lo que será una de sus especialidades: la Sagrada Escritura y los Padresde la Iglesia, cuyas obras devora. Estudiante en la Universidad de Lovaina (Bélgica) en 1539, al año siguiente obtuvo la maestría en Letras en Colonia (Alemania).
A partir de ese momento, el joven Pedro se encuentra en el corazón de la Europa cristiana y humanista, desgarrada por la cuestión protestante. Rápidamente se dio cuenta de que numerosos soberanos y fieles se convertirían al protestantismo si la Iglesia no les proporcionaba argumentos para responder a los reformadores y demostrar la verdad de la fe católica. Pronto se convenció de que el Señor pedía a los creyentes sinceros, incluido él mismo, que se comprometieran en la defensa del catolicismo. Comprendió que Europa necesitaba ser evangelizada de nuevo.
En 1543 conoció a Pierre Favre, el primer compañero de san Ignacio de Loyola. Fue una revelación. Poco a poco conquistado por el carisma de Ignacio, comienza los Ejercicios Espirituales, que duran treinta días, al término de los cuales decide ingresar en la recién creada Compañía de Jesús . Fue admitido poco después, no lejos de Maguncia (Alemania). A partir de entonces, dedicó sus días y sus noches a rezar a Dios, meditar el Evangelio, continuar sus innumerables lecturas patrísticas y ayudar a las personas desfavorecidas que encontraba por el camino. Los monjes cartujos de Colonia le proporcionaron una gran ayuda espiritual: gracias a su contacto profundizó en la vida solitaria, la obediencia y la humildad, y exploró la mística renana y la "Devotio moderna", dos corrientes religiosas que han desempeñado un papel tan importante en Europa desde finales de la Edad Media. Maestro de cultura profana de primer orden, el joven santo fue también un entusiasta estudioso de la historia sagrada. De la combinación de estas dos facetas de la cultura extrajo los elementos que necesitaba para evangelizar a los pueblos de su tiempo. En un signo profético, fundó en Colonia la primera casa jesuita de la historia. A la edad de veintiocho años, era un académico estimado, rector de una facultad, traductor de los Padres de la Iglesia y cristiano ejemplar.
En 1546 se ordenó sacerdote y poco después marchó a Italia. Fue rápidamente aceptado en los círculos episcopales y, al año siguiente, participó por primera vez en el Concilio de Trento, como consejero del cardenal-obispo de Augsburgo, monseñor Othon Truchsess de Waldbourg. Pasó su noviciado al lado de San Ignacio. En la primavera de 1548, fue enviado a Mesina (Italia, Sicilia), donde, junto con una docena de compañeros, fundó el primer colegio de la Compañía. Fundó diecisiete más antes de su muerte, repartidos por casi toda Europa.
En 1549, el Papa Pablo III le pidió que enseñara en la Universidad de Ingolstadt, en Baviera. Allí descubrió el alcance de la cuestión protestante, con la seducción que las tesis de Martín Lutero ejercían en los círculos dirigentes y obreros. Se dio cuenta de que muchos conversos al protestantismo lo hacían por ignorancia. Remediar esta ignorancia sería una excelente manera de devolver a los creyentes alemanes al redil de la Iglesia. Su intuición resultó ser muy acertada. Durante unos treinta años, nunca interrumpió su labor de reconquista. En Europa Central, desplegó una energía sobrehumana, que extrajo de la oración y de los sacramentos.
Tras hacer sus votos solemnes en Roma de la mano de San Ignacio de Loyola, se doctoró en teología. En 1550 fue elegido rector de la Universidad de Ingolstadt. Su popularidad crece. Enviado a Austria por San Ignacio, predicó en la catedral de San Esteban de Viena y en la corte imperial. Se le ofreció el arzobispado de Viena, pero lo rechazó varias veces por humildad. No obstante, se vio obligado a aceptar durante un tiempo el cargo de administrador de esta archidiócesis. Todas sus tareas y viajes estuvieron dedicados a la evangelización de Alemania. En 1555, participó en la Dieta de Augsburgo, junto al emperador Fernando I. Después, por decisión papal, participó en la Dieta de Worms (Alemania, Renania-Palatinado). Se trataba de una forma de consagración. A sus ojos, era una forma de influir en los gobernantes alemanes tentados de pasarse a la Reforma protestante. Sus contemporáneos, tanto católicos como protestantes, destacaban su caridad hacia todos, independientemente de su condición social, sexo o edad. La dulzura y paciencia con que trató a los luteranos fueron extraordinarias.
En 1556, se impuso teológicamente a los más brillantes representantes del protestantismo alemán, entre ellos Melanchthon. Derrotado, éste abandonó Worms sin pestañear. Por su parte, San Ignacio observó a su hermano en religión, dándose cuenta de que era una persona excepcional. Le confió crecientes responsabilidades dentro de la Compañía: superior provincial de la Alta Alemania, fundador de colegios, profesor de teología, latín y retórica en varios establecimientos europeos... Estos años supusieron un punto álgido intelectual y espiritual para el santo.
Junto a estas innumerables actividades y funciones, en sólo tres años escribió su famoso catecismo, que en realidad constaba de tres textos que abarcaban y explicaban toda la fe católica, cada uno destinado a un público determinado: la Summa doctrinae christianae (1555), o "Gran Catecismo", dirigido a un público alfabetizado, de lengua latina y con sólidos conocimientos de historia; el Minimus (1556), adaptado a los jóvenes, con una colección de oraciones y una gramática latina; y, por último, el Parvus (o Menor), con ilustraciones, para los niños. Impreso en 1558, el catecismo estuvo disponible en Viena y Amberes al año siguiente, en Roma en 1560 y en Cracovia poco después. En 1564 se publicó una nueva edición en alemán. Además de la gran calidad teológica y espiritual de esta obra, hay que destacar su singular dimensión pedagógica: en la versión destinada a los lectores más jóvenes, el texto, fácil de memorizar y apoyado en ilustraciones debidamente escogidas, es perfectamente asimilado por los niños, llegando incluso a inventar una técnica de lectura para los lectores más jóvenes, dividiendo en sílabas las palabras más largas. Nuestra época todavía se maravilla de las virtudes didácticas del catecismo.
En 1580, Pedro se trasladó a Friburgo (Suiza). Allí pasó sus últimos años. Allí fundó un nuevo colegio jesuita, una congregación mariana, en la iglesia de Notre-Dame, y perfeccionó constantemente su catecismo. Regresó a Dios el 21 de diciembre de 1597. Su cuerpo descansa en la iglesia de Notre-Dame de Friburgo. El Papa Pío IX lo beatificó en 1864. En 1925, Pío XI lo incluyó en el catálogo de los santos y poco después lo elevó al rango de Doctor de la Iglesia.
Más allá de las razones para creer:
El árbol se juzga por sus frutos: esta expresión se adapta admirablemente a San Pedro Canisio, cuya obra sigue iluminando al mundo católico -y más allá- 427 años después de su muerte. Profesor universitario a los veintiocho años, rector y fino especialista en patrística, fue sin duda uno de los más grandes intelectuales de su tiempo, cuya voluntad e inteligencia sólo eran igualadas por el fervor de su fe. Familiarizado con los más grandes del mundo, como atestiguan las 7.550 páginas de su correspondencia, y cercano a San Ignacio de Loyola, en cuyas manos prestó juramento, fue ante todo amigo de los pequeños, de los sin voz, y en particular de los niños, a los que está destinado gran parte de su célebre catecismo.
Ir más lejos:
James Brodrick, Saint Peter Canisius, Chicago, Loyola University Press, 1962.